[Comentario publicado ayer y actualizado hoy, 17 de enero]
Iba a escribir estas notas anoche, cuando supe de la muerte de Manuel Fraga, pero otras obligaciones laborales me han impedido ponerme hasta ahora delante del Mac, que no es precisamente la Smith Premier de don Álvaro.
Creo que no perderé nunca la presión de la urgencia, esa vieja obsesión por la inmediatez que me viene de antiguo, deformación agudizada tras mi paso por la edición del Canal 24 Horas de Televisión Española. Justo lo contrario de lo que predicaba Cunqueiro, quien recomendaba dejar enfriar las noticias unas cuantas horas, incluso algunos años, para estar bien seguros de que valía la pena su divulgación.
La verdad es que, esta vez, casi me alegro del retraso porque, en estas últimas horas, hemos recibido un torrente de opiniones en torno al político gallego fallecido ayer. No hay mucho término medio. Para encontrar análisis ecuánimes y sosegados, como este de Darío Villanueva en Cuarto Poder, hay que buscar mucho. Predominan, por el contrario, las hagiografías; comentarios como el de ese antiguo dirigente del partido de Fraga que ha dicho hoy que «sin don Manuel no se puede entender la transición democrática en España». Le faltó añadir que tampoco es posible comprender la dictadura de Franco, en la que Fraga participó activamente y sin descargos de conciencia posteriores como los de Pedro Laín, Joaquín Ruiz Jiménez, Gonzalo Torrente Ballester o Dionisio Ridruejo, entre ellos.
En el otro lado, como si no fuéramos capaces de abandonar de una vez por todas la caricatura grotesca de las dos Españas, la Red se ha llenado de insultos y descalificaciones hacia el ex presidente de la Xunta de Galicia. Lo peor es que muchas de estas diatribas se amparan en el anonimato, uno de los males que más daño hacen a este medio maravilloso llamado Internet.
En realidad, yo solo quería dejar aquí dos pinceladas, pero, como me suele pasar con frecuencia, acabo pintando la pared entera. La primera de ellas tiene que ver con la tarjeta que ilustra este comentario: una de las felicitaciones en latín que acompañaban las tartas que Álvaro Cunqueiro le enviaba a Fraga desde Mondoñedo todas las navidades. Don Álvaro, que había aspirado los latines que salían del seminario de su ciudad, no dominaba la lengua de Cicerón, pero echaba mano de los canónigos de la catedral para redactar correctamente los textos. El resultado, aquí está. La muestra la he sacado de un libro firmado por Fraga en 1991, obra dedicada a Cunqueiro que contiene dos discursos: «Álvaro Cunqueiro, enxeñoso hidalgo galego» y «Un home chamado Álvaro Cunqueiro». Justo es decir también que en la etapa de Fraga como presidente de la Xunta se hizo una excelente edición facsímil de «Galiza», la revista nacionalista que dirigió Cunqueiro en Mondoñedo en los años treinta del siglo XX.
Mi segunda y última consideración, mi segunda pincelada, tiene que ver con el paso de Cunqueiro por el franquismo, justo después de aquel entusiasmo nacionalista recogido en las páginas de «Galiza». Con motivo de un trabajo sobre el autor de «Merlín e familia», le planteé a Fraga varias cuestiones que me respondió por escrito el 3 de febrero de 2010. Las respuestas son escuetas, más breves que las preguntas, pero, dada la ocasión, prefiero reproducir tal cual estas dos:
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P. Durante su etapa como presidente de la Xunta de Galicia (además de dedicar el Día das Letras Galegas de 1991 a Álvaro Cunqueiro, ÁC) se hizo una edición facsímil del periódico “Galiza”, dirigido por ÁC en los años 30 del siglo pasado en Mondoñedo. Usted prologó aquel libro, que refleja la etapa nacionalista protagonizada por ÁC en su primera juventud. ¿Por qué cree que ÁC abandonó aquellas ideas nacionalistas y se pasó a la Falange al comienzo de la Guerra Civil?
Manuel Fraga.- Las opiniones políticas evolucionan en función de los acontecimientos y a Cunqueiro le pasaba lo mismo.
P. Pese a ser un destacado y brillante defensor del franquismo durante la Guerra (“El Pueblo Gallego”, “La Voz de España”, “Vértice”, “ABC”…), ÁC fue expulsado de Falange y del Registro Oficial de Periodistas en los años cuarenta, por una serie de episodios más relacionados con la picaresca que con las desavenencias ideológicas. Sin embargo, visto con perspectiva actual, da la impresión de que en aquellas sanciones, hechas con alarde publicitario, hubo cierto ensañamiento o, cuando menos, exceso. ¿Cómo valora usted aquellos hechos? ¿Hablaron ustedes alguna vez de ellos?
Manuel Fraga.- Coincido totalmente con su juicio. Eran tiempo revueltos, pero nunca afectaron al prestigio de Álvaro Cunqueiro.
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En medio de todo lo escrito y divulgado desde ayer [recomiendo este perfil de Xosé Hermida], doy por descontado que estas notas se perderán en el mar de las grandes palabras y las sentencias solemnes. Soy consciente de la dificultad de analizar y comprender los comportamientos humanos, muy especialmente en épocas convulsas como las vividas por Fraga y Cunqueiro.
Pretender colocar a Fraga fuera del franquismo, y de algunas de sus peores consecuencias, constituye un disparate intelectual, una falta de memoria injustificable. Pero reducir su trayectoria solo a aquella etapa histórica y negar otras actuaciones democráticas posteriores, no admitir las diversas caras y circunstancias de Fraga, es también una falacia. Plus minusve.