Dos formas de escribir

Se supone que la solemnidad del comienzo de año exige escribir fino y elegante, que es una forma de simular la trascendencia: pensamientos profundos, sentencias elevadas. Iba a teclear, en consonancia, unas líneas conmemorativas sobre la dichosa magdalena de Proust, ejemplo inquietante de cómo esa compleja y monumental obra literaria, En busca del tiempo perdido, puede quedar reducida para el común de las gentes —del que formo parte— a una feliz ensoñación mil veces repetida. El centenario contribuirá a agrandar la leyenda y a aumentar la venta de mantecadas.

«Proust se ha convertido en una moda y sus libros se venden más que se leen y se comprenden», afirmaba en 1948 su biógrafa y amiga Élisabeth de Gramont, autora del delicioso Almanach des bonnes choses de France, que fue libro de cabecera de Cunqueiro.

Andaba yo en esas elucubraciones, fruto —supongo— de un covid recién superado, cuando me ha llegado desde la cocina un intenso aroma a humilde compota de manzana. Esa fragancia —una suerte de pomarada deconstruida, un lagar minimalista— supera con creces en mi memoria pueblerina al olor del bizcocho mojado en té —o en tila—, convertido por Marcel en sublime hallazgo literario: «…nada subsiste de un pasado antiguo, solo el olor y el sabor (…) perduran durante mucho tiempo aún…», dice el autor cuando intenta recuperar la memoria «de aquellos días de Combray».

Esta tarde, por razones varias, todos los caminos me llevan a Francia, cuna de la marca Bic. Hace años, un antiguo anuncio televisivo explicaba, en apenas veinte segundos, las diferencias entre la escritura fina del Bic naranja y la normal del Bic cristal, que es el modelo al que pertenecen los cuatro bolígrafos que aparecen en la foto, metidos en un tarro de conservas. ¿Por qué el trazo más grueso es el ortodoxo, el convencional, y el más delgado se identifica con la elección más exquisita y distinguida? Gordo y flaco, Quijote y Sancho, blanco y negro.

Los dilemas sobre la normalidad son tan eternos como las preguntas sobre la vida de un escritor o de un artista o de un deportista de élite. He empezado a hojear hace unas horas el último libro de la filósofa Gisèle Sapiro: ¿Se puede separar la obra del autor?, se pregunta ella y nos pregunta a nosotros. Siempre he pensado que no, que no es posible ni deseable esa escisión, pero probablemente hay tantos argumentos a favor como en contra. Basta con escuchar a los seguidores de Djokovic, que, no contentos con sus apabullantes y merecidos éxitos en las pistas de tenis, están empeñados en convertirlo, por añadidura, en el paladín de la libertad mundial. Bic naranja o Bic cristal, «dos escrituras a elegir». Esa es la cuestión.

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