En memoria de los médicos Venancio y Raúl Prado, que contribuyeron con admirable entusiasmo a hacer de Parres un lugar mejor y convirtieron Arriondas en el referente de sus vidas.
Siento el final / la colina nevada / y allí tu sombra.
Emilio Sola Castaño**, 2001

Don Venancio no nos llevó a conocer el hielo. En Arriondas, nuestro Macondo particular, ese negociado estaba entonces —o así lo imagino yo ahora— en el gran frigorífico de la Pescadería Valdés, que fabricaba bloques relucientes, como polos gigantes. Decía que don Venancio no nos llevó a conocer el hielo, pero sí nos habló de la nieve, del manto blanco que cubría en invierno la Ciudad Universitaria de Madrid, donde él cursaba medicina. De esa época elogiaba el talento científico de Juan Negrín, catedrático de Fisiología antes de convertirse en dirigente de la Segunda República española. Al finalizar las clases, el joven Venancio salía a la calle cuando dejaban de caer los copos y manejaba la pala para abrir caminos y practicar deporte, otra de sus pasiones. Los boquiabiertos estudiantes del instituto, inaugurado en la villa en 1968 —durante su mandato como alcalde—, escuchábamos sus historias con asombro. Prado, además de médico y regidor municipal —estuvo al frente del ayuntamiento desde 1967 hasta 1971—, era nuestro profesor de educación física y nos reiteraba la importancia de mover el esqueleto para mantenerse en forma. Él, que contaba a la sazón cincuenta y ocho años, se conservaba muy bien. Tenía distintas ocupaciones laborales, pero nunca lo vi abrumado ni quejoso mientras deambulaba por las aulas o bajaba a las pistas, a veces en patines y enfundado en una chaqueta de chándal rojo, puesta sobre la camisa y la corbata.
Venancio Prado González, doctor titular en Arriondas durante más de cuatro décadas, había nacido en La Habana el 22 de octubre de 1910, hijo de padres asturianos emigrados a Cuba. Curiosamente, su primogénito —Raúl— vino al mundo en Oviedo, en una fecha del calendario coincidente con la suya, el 22 de octubre de 1938.
Todo empezó a orillas del Sena. En el verano de 1936, al estallar la guerra civil, Venancio estaba de viaje de estudios en Alemania y desde allí se trasladó a Burdeos para encontrarse con su novia, María González Saiz, procedente de una España que saltaba por los aires. Se casaron en París en julio de aquel año, según me cuenta Jorge Prado. Que su boda se había celebrado en la capital francesa nos lo había relatado alguna vez a sus alumnos. A mí me parecía un acto romántico y casi cinematográfico —«siempre nos quedará París»—, en medio de un momento histórico tan trágico. El casamiento parisino acentuaba el aire cosmopolita de don Venancio. Además de políglota —una tarde memorable lo entrevistamos en francés Juan Cueto, Juan Luis Peruyero y yo para un trabajo del instituto— era un viajero intrépido por la Europa de los sesenta, que recorrió a bordo de una caravana de fabricación casera, hecha en Arriondas, enganchada al coche.

Tuve la fortuna de conocer y tratar a ambos, a Venancio y a Raúl, que me honraron con su amistad y me ayudaron a descubrir mundos desconocidos en diferentes momentos de mi trayectoria. Primero en Arriondas, donde la casa de don Venancio, encima del Café España y sede de su consulta médica, siempre estuvo abierta. Yo empecé a ejercer de corresponsal de La Nueva España con apenas dieciséis años y muchas tardes acudía a su domicilio para escucharle, para aprender de su experiencia y de sus consejos. Allí supe de varios de sus proyectos, desde la creación de la Ruta de la Reconquista hasta la promoción del Mirador del Fitu y el diseño del parque de La Llera. Desprendía entusiasmo por Parres y por el oriente de Asturias. Daba igual que hablara de Roberto Frassinelli —el alemán de Corao—, de quien guardaba dibujos originales, que de «Arriondas, capital salmonera», eslogan que mandó poner en unas pegatinas impresas, en su primera versión, en los talleres de la imprenta Quesada de Cangas de Onís. Venancio Prado, pregonero de La Peruyal en dos ocasiones (1962 y 1983), se jubiló en 1980 y falleció el 7 de agosto 1991.

Por el río Sella también sentía devoción su hijo Raúl, con quien me encontré en Madrid en 1975, cuando me fui allí para estudiar periodismo. Raúl Prado, médico como su padre, empeñó años de su vida en elaborar la historia de la Fiesta de las Piraguas, que plasmó en distintas y exhaustivas ediciones. Contribuyó asimismo a la creación del Club los Rápidos de Arriondas, del que llegó a ser presidente. En este porfolio del Bollu hay decenas de artículos suyos sobre el Descenso del Sella y sobre otra de sus aficiones: la arqueología. A mediados de los setenta ideó —doy fe— un Centro de Estudios e Iniciativas Parraguesas, que finalmente no prosperó. Incluso llegó a escribir aquí un Diccionario de parragueses en varias entregas, al igual que una biografía de su padre, cuyo primer capítulo vio la luz en julio de 1999.
A través de Raúl, que era miembro de la Asociación de Médicos Escritores, conocí en Madrid a Emilio Sola y a Juan Manuel Feliz. Y al catedrático de Medicina Legal José Delfín Villalaín, que había sido compañero suyo en la carrera, un sabio en su especialidad. Raúl me llevó una mañana a la biblioteca del Ateneo de Madrid. No hace mucho he vuelto por allí, casi medio siglo después, y reviví aquella primera visita con añoranza. Con inevitables interrupciones seguimos tratándonos hasta el final de sus días, truncados por una muerte prematura el 3 de junio de 2011. La última conversación fue en una cafetería de la zona de Delicias, en donde vivía. Justo Manzano publicó una emotiva necrológica en El Comercio a la mañana siguiente de su fallecimiento y Falo Cueto nos dejó en esta revista una conmovedora despedida.
He querido pergeñar la breve e incompleta semblanza de los doctores Venancio y Raúl Prado, hecha a vuelapluma, porque su huella entre las nuevas generaciones de parragueses es probable que se haya perdido o desdibujado. Que yo sepa, en Arriondas no hay ningún signo externo —calle, placa, busto— que preserve sus nombres, los de dos ilustres vecinos que trabajaron con ilusión persistente por hacer de nuestro pueblo un lugar mejor y más reconocido, hasta el punto de convertir esa dedicación en un referente de sus vidas.
«Las nieves del tiempo platearon mi sien», dice el tango. He desempolvado al inicio la nostalgia y el silencio de la nieve para recordar hoy —«es un soplo la vida»— las figuras de Venancio Prado y su hijo Raúl. Y los traigo aquí, a unas páginas tan familiares para ellos, con el ánimo y la humilde intención de sacarlos de un inmerecido olvido que sería de justicia reparar, como ya sugirieron otros antes que yo: Luis el del Cuetu y Rubén Norniella, por ejemplo. Hay muchas formas de enmendar nuestra dejadez. Ojalá que los socios y la nueva directiva de La Peruyal, su amada fiesta, seamos capaces de poner remedio cuanto antes a este descuido ciudadano, a esta deuda moral de Arriondas con la memoria de los doctores Venancio y Raúl Prado.
* Texto publicado en la revista La Peruyal de Arriondas (Parres, Asturias) en julio de 2022. Agradezco a Jorge Prado —hijo de Venancio, hermano de Raúl y médico como ellos— los datos y la foto de ambos que me ha facilitado. Raúl Prado estuvo casado con María del Carmen Vera Orfila, también fallecida, y el matrimonio tuvo dos hijas: María del Carmen Prado Vera y Claudia-Paloma Prado Vera.
Extiendo mi gratitud a Tamara Llamedo y Sergio Suárez, que me han proporcionado el acceso a la colección digitalizada de la revista La Peruyal, fuente hemerográfica imprescindible para conocer la historia de Parres desde 1953.
** Poeta e historiador, nacido en Arriondas en 1945. Su Obra Poética completa se publicó (Huerga & Fierro) en 2018.