
En pocas crónicas se reseña hoy que un poemario de 1972, publicado en León bajo el título Señales de humo, fue el primer libro de Luis Mateo Díez, premiado muy justamente ayer con el Cervantes. Esta distinción literaria pudo ser la noticia día en España, al menos por un rato, pero no ocurrió del todo así. A la misma hora en que Luis Mateo agradecía feliz el galardón ante los periodistas, otros (malos) humos ensombrecían la noche madrileña. Ruido y furia que crecen al amparo de una derecha antigua y antidemocrática, empeñada en despreciar las instituciones y el orden constitucional, aunque (paradojas) sus airadas huestes griten y proclamen su nombre en vano. Nada nuevo.
«Me angustia vivir en un mundo demasiado invadido por la actualidad», decía Luis Mateo en una entrevista aparecida en 2019. Esa sensación, el agobio por el exceso de «noticias», aumenta cada día, pero no es el acabose. Hubo tiempos bastantes peores.
En Señales de humo, el ahora premio Cervantes balbucea su credo literario, el que vislumbraba con solo 29 años. El autor, ya en sus inicios, buscaba la «identificación de mundo real y mundo poético a través de una tonalidad irónica». Y ahí sigue, con el mismo empeño, entre sus vecinos del reino de Celama, entre sus lectores, entre los «héroes del fracaso».
No siempre el humo advierte mal presagio ni aviso de fuego destructor. A veces cumple misiones menos trágicas y nada dañinas: acompaña en silencio la luz esperanzadora de una vela, el calor de un tronco en la chimenea. Las Señales de humo de Luis Mateo Díez únicamente fueron el anticipo de una brillante carrera literaria, de una escritura lenta, pero constante y prolífica, que nos cuenta cómo fuimos para entender mejor cómo somos. El primer peldaño de una obra extensa y, por suerte, aún inacabada.