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Acerca de miguelsomovilla

Periodista.

Aspiraciones

Del salón en el ángulo oscuro. Los aspiradores tienen mala prensa. Nadie les hace una rima, como la de Bécquer al arpa «silenciosa y cubierta de polvo».

Mis aspiraciones vitales son limitadas, de andar por casa. Si hoy es viernes, y parece que sí, me toca afrontar las tareas domésticas que me corresponden en día tan señalado. La verdad es que son sencillas, pero me van a ocupar casi toda la mañana: limpieza general, cocina para la semana, organización y traslado de libros, preparación de un breve viaje, colaboración con una iniciativa local… Mis habituales sesiones de pilates quedan convalidadas hoy con las infravaloradas labores del hogar.

De lo leído en la prensa de hoy me quedo con el artículo de Richard Ford en El País: «Me gustaría no pensar que Biden va a perder». Gran parte de lo que dice Richard Ford sobre las próximas elecciones en Estados Unidos («Antes que a Donald Trump, votaría a un chimpancé») podría aplicarse a los comicios europeos de este domingo. En mi caso, simple periodista en la reserva que observa el mundo fregona en mano, tengo claro que antes que votar a la vociferante y cansina derecha hispana…

La vida, sobre todo a ciertas alturas de la película, es demasiado breve como para perder el tiempo escuchando las provocaciones y sandeces que lo populares y sus mariachis lanzan cada día. Cierto que al otro lado no está el paraíso, pero aquí se trata de elegir las mejores opciones posibles, las más decentes, no de perderse en debates exquisitos ni en quimeras ni en tertulias estériles.

Quinta entrega de las aventuras y desventuras de Frank Bascombe.

«Últimamente, me ha dado por pensar en la felicidad más que nunca». En la quinta entrega de las desventuras de Frank Bascombe (Sé mía), que solo he hojeado un poco, Richard Ford nos presenta a su entrañable personaje ya septuagenario. Tiene un trabajo a tiempo parcial, cuida de su hijo enfermo de ELA y lleva «una vida solitaria, de jubilado casero y con carnet de biblioteca». Creo que conozco a gente muy parecida. Si quiero leer el libro, mejor me paro aquí, así que, alcanzadas ya mis trescientas palabras, les dejo con la imagen del día: la foto del aspirador de mi armario. María Avía o Isabel Quintanilla o María Moreno harían arte con este rincón, pero para mí es solo una herramienta de trabajo, como la luna para los poetas o la lavandería para Begoña M. Rueda.

Refugiados en la Casa de Paz

El recinto de la primitiva morada de Felipe II en El Escorial (Madrid), el Monasterio de Prestado, pertenece desde 1880 a una entidad de inspiración luterana, la Fundación Fliedner. Resurgida de sus cenizas y transformada desde entonces en la denominada Casa de Paz, ofrece ahora asilo a refugiados y apátridas. El enclave, ajeno a los multitudinarios circuitos turísticos con destino al real sitio de San Lorenzo, conserva la condición de provisionalidad que ha tenido siempre. Sus muros evocan, aún hoy, esa frágil sensación de vivir en el aire, al día, como de prestado.

● Ubicada en el recinto del antiguo Monasterio de Prestado, la escurialense Casa de Paz (Fundación Fliedner) alberga en la actualidad a sesenta personas de distintos países. Están acogidas por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), la ONG arrendataria y gestora —desde 2022— de los edificios y sus jardines. El 14 de junio de 2024 celebrará una jornada de puertas abiertas.

● El antiguo Convento de Prestado, en El Escorial, fue residencia de los primeros monjes jerónimos y sirvió de aposento temporal a Felipe II. El monarca siguió ocasionalmente desde aquí, entre 1562 y 1571, el inicio y desarrollo de las obras del Monasterio de San Lorenzo, prolongadas durante una veintena de años.

Miguel Somovilla1

«La delicia de Felipe II, que se jactaba de gobernar el mundo desde El Escorial, era recibir noticias frecuentes y frescas, y este deseo de oír algo nuevo es aún característico en el Gobierno español».

Richard Ford2, Cosas de España. El país de lo imprevisto, 1846.

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Felipe II también vivió de alquiler. En 1560, cuando el rey empezó a frecuentar la aldea de El Escorial con el ambicioso proyecto de construir el monasterio dedicado a San Lorenzo, primero se alojó en una casa particular, la del bachiller Pedro Montero. Después, a medida que el proyecto avanzaba, necesitó buscar acomodo temporal para su séquito y la incipiente comunidad de monjes jerónimos, así que hubo de recurrir al arrendamiento de las pocas viviendas disponibles. «Entonces, El Escorial debía tener a lo sumo unos ochenta o cien vecinos que habitaban chozas de piedra», escribía en 1934 Lorenzo Niño3, quien había sido párroco en la iglesia de San Bernabé, auspiciada por el propio Felipe II y construida, entre 1594 y 1595, bajo la dirección de Francisco de Mora y fray Antonio de Villacastín.

Ladera sur del monte Abantos, en la sierra de Guadarrama. El sitio elegido para levantar el monasterio de San Lorenzo —también palacio y mausoleo— apenas dista un par de kilómetros de El Escorial, aldea dependiente entonces de Segovia y proclamada villa de realengo por Felipe II en 1565.

Aún hoy resulta muy común tener que aclarar una confusión frecuente: San Lorenzo y El Escorial son dos ayuntamientos distintos solo desde finales del siglo XIX. La segregación definitiva de ambos lugares para formar dos municipios independientes —conocidos popularmente como Escorial de arriba, el del monasterio, y de abajo, el de la estación de ferrocarril— se produjo en 1836. Hasta entonces, pese a esporádicas disputas políticas y administrativas surgidas entre los representantes de la villa —alcalde mayor— y del real sitio —gobernador—, su historia discurrió por caminos compartidos. Las opiniones favorables y contrarias a una hipotética unificación de ambos ayuntamientos todavía salen a relucir de vez en cuando, aunque las posibilidades parecen muy remotas, dado el gran arraigo de los localismos y las rivalidades municipales en España.

Según cuenta Gregorio Sánchez Meco4, el historiador que más estudios ha dedicado a El Escorial y su entorno, a mediados del siglo XVI «el marco urbano de la aldea escurialense (…) no reunía las mínimas condiciones requeridas para albergar en sus viviendas a un monarca, un monasterio [el de prestado], una corte y todo un enjambre de oficiales, empleados y laborantes». Sin embargo, «dada su situación financiera», el monarca se dedicó entonces «a alquilar la mayor parte de los inmuebles que necesitaba», señala Sánchez Meco. Solo a partir de 1564 se acometió un «proceso de adquisiciones (…) de muchas de las viviendas que el monarca o el monasterio venían disfrutando». Así surgió el denominado monasterio de prestado, un convento y residencia provisionales que los clérigos y el monarca usaron hasta 1571, año en que se produjo el traslado definitivo a San Lorenzo.

En la etapa filipina del Monasterio de Prestado, de acuerdo con las investigaciones de María Belén Díez-Ordás Berciano sobre la instrucción firmada por el rey en 1566, estuvieron depositadas en su capilla mayor obras de arte de Rogier Van der Weyden, Tiziano y Joachim Patinir, entre otros. El destino final de los cuadros era el monasterio de San Lorenzo, todavía en construcción5. Las figuras del Convento de Prestado reproducidas aquí debajo proceden del estudio de Díez-Ordás, aparecido en 2011 en la revista De arte de la Universidad de León.

Sería muy prolijo, y supera con creces el propósito de este híbrido de artículo divulgativo y reportaje periodístico, detallar aquí todas las vicisitudes del Monasterio de Prestado, tan bien estudiadas por los especialistas ya citados. Sí parecen obligadas, sin embargo, al menos dos menciones más. Me refiero a los trabajos —ambos disponibles en línea— de José Luis Cano Gardoqui García (El Monasterio de Prestado de la villa de El Escorial, Boletín de la RABASF, número 72, 1991) y de Emilio Maganto Pavón (El Hospital Real de Laborantes de El Escorial 1563-1599), Ayuntamiento de El Escorial, 1992).

Como indica Luis Sánchez Granjel en el prólogo de El Hospital Real de Laborantes, este centro asistencial impulsado por Felipe II —que prestó servicios durante casi cuatro décadas— refleja una época «en la que se confundían la propia actuación médica, el cuidado del enfermo, con cometidos de acogida y amparo al necesitado».

En distintas modalidades y en diferentes etapas, el viejo Monasterio de Prestado ha ejercido esta labor benéfica y humanitaria con asiduidad. Por eso, aunque en buena medida ya solo es recuerdo y ensoñación, el enclave forma parte inequívoca de «lo más rancio de la intrahistoria escurialense», como subraya con acierto Gregorio Sánchez Meco, cronista oficial de la villa.

HOGAR DE REFUGIADOS

Hoy, detrás de los muros y del escueto panel informativo colocado en la plaza de España, discurren otras historias y otras vidas muy diferentes a las de antaño. Ajenos a las leyendas y a la nostalgia de tiempos idos, los moradores de este lugar en 2024 carecen de fama y notoriedad social: son refugiados, desplazados, apátridas. Han salido de sus países con lo puesto, víctimas de la intolerancia, la injusticia, la guerra, la pobreza. Proceden de Perú, Venezuela, Afganistán, Ucrania, Siria, Nigeria, Mali, Cuba…

Desde las ventanas de la Casa de Paz que dan a la plaza de España de El Escorial se ve el edificio de la biblioteca municipal de la villa, que muestra en la fachada el nombre del más popular de los autores clásicos: Homero. Resulta tentador hacer comparaciones e imaginar odiseas, pero parece una frivolidad aludir aquí a viajes literarios. Estos seres humanos han abandonado sus casas por necesidad, sin Ítaca alguna en el horizonte. La puerta de enfrente, en el lado opuesto a la ventana, comunica con el jardín, otro de los elementos característicos de esta finca. En un extremo del parque se cultiva el pequeño huerto, atendido por los residentes con la colaboración de vecinos de El Escorial.

Salida, como la que se indica en el cartel de la puerta ante una posible emergencia, puede ser una palabra esperanzadora o amenazante, según los casos. Un alivio o una condena. Las sesenta personas acogidas aquí, cuyas edades oscilan entre uno y setenta y seis años, sueñan con una nueva oportunidad. La desean, la procuran y la esperan mientras habitan temporalmente en el recinto amurallado del antiguo Monasterio de Prestado, en El Escorial, a donde han llegado en busca de asilo. Dicho en lenguaje administrativo: forman parte del Sistema de Acogida de Protección Internacional, coordinado en España por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Por respeto a su derecho a la intimidad y al anonimato, en estas notas no se incluyen imágenes ni se dan nombres de estos refugiados, aunque no se descarta la posibilidad de pedir en el futuro las autorizaciones necesarias, siempre con su consentimiento.

POST FATA RESURGO

Antes de continuar con el presente, volvamos de nuevo la vista atrás. A lo largo de los siglos, como indicamos antes en los sumarios iniciales, este enclave ha desempeñado distintas funciones: residencia de monjes, aposento e iglesia provisionales del rey más poderoso del mundo (Felipe II), hospital de laborantes, fábrica de vidrio y centro de estudios luteranos, entre otras. En cada etapa ha cumplido una misión diferente y casi siempre, al igual que la propia villa de El Escorial, ha renacido de sus cenizas cuando todo parecía perdido: post fata resurgo, como reza la máxima incluida en el escudo municipal, procedente del Libro de Villazgo.

La frase latina post fata resurgo, frecuente en inscripciones romanas y de épocas posteriores, aparece asimismo plasmada sobre la puerta principal del Monasterio de Prestado (imagen de arriba), aunque se desconoce quién la cinceló sobre esa piedra del dintel. Ya estaba allí cuando Federico Fliedner adquirió la finca.

En el caso de El Escorial, la recuperación del post fata resurgo —«después de los hechos, o de la muerte, resucito»— está ligada expresamente al fin de la invasión napoleónica, de tan doloroso recuerdo por estos pagos. También expresa sentimientos de éxito y esperanza tras el reconocimiento de «leal villa», otorgado por Fernando VII a El Escorial en 1815. El monarca más cuestionado de nuestra historia premiaba con esa distinción la defensa vecinal del territorio —y del patrimonio monumental y artístico de El Escorial— durante la guerra de la Independencia, a la que el polémico y discutido rey no fue precisamente ajeno.6

En la plaza de España de la villa, los leones que aplastan el águila con sus garras —otro símbolo de El Escorial— recuerdan cómo «la fiereza de los escurialenses vence al imperialismo napoleónico», según se recoge en la placa colocada a sus pies.

Convertido desde entonces en el eslogan local por excelencia, el post fata resurgo da incluso nombre a un resturante italiano de la villa, ubicado en el lugar ocupado antaño por la casa de Éboli. También en el Ayuntamiento de San Lorenzo se conmemora desde 2022, mediante una recreación festiva, el período de la guerra contra las tropas de Napoleón.

CENTRO DE ACOGIDA

Un sitio contemplado con los ojos de la costumbre acaba tornándose invisible: siempre ha estado ahí. Los vecinos de El Escorial que acuden cada miércoles al mercado semanal de la villa, una tradición comercial que se remonta a 1568, tal vez no reparan en el edificio situado tras el puesto de frutas y verduras, en el número 9 de la calle Alfonso XII. Solo un rótulo pintado en la pared advierte que esta es la Casa de Paz, bautizada así en el siglo XIX por un pastor protestante alemán llamado Federico Fliedner. Debajo, una placa más pequeña señala en la puerta que este centro es una de las casas de acogida que tiene en España la Asociación Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), una ONG creada en 1979. La CEAR, una de las entidades que colaboran con el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, alquiló el recinto a la Fundación Fliedner en 2022. Antes que la CEAR desempeñó aquí esta labor social la ONG Diaconía, de inspiración protestante.

Arantxa Sánchez, encargada de acogida de la CEAR en la Comunidad de Madrid, tiene una larga experiencia profesional en este ámbito asistencial en España. También estuvo al frente de la Casa de Paz cuando abrió sus puertas hace tres años:

«Nuestra ONG, que celebra ahora sus primeros cuarenta y cinco años de existencia, cuenta con centros similares a este de El Escorial, pero con mayor número de plazas, en Getafe y Carabanchel, además de varios pisos que cumplen esa misma finalidad. Son lugares de residencia temporal, con un máximo de permanencia de dieciocho meses, ampliables a veinticuatro en determinados casos», explica Arantxa.

«En las distintas fases de un proceso de petición de asilo, desde que se inicia hasta que concluye la tramitación y se emiten las decisiones correspondientes, los solicitantes han de cumplir una serie de requisitos, entre ellos el de no disponer de recursos económicos. La primera fase se centra en las necesidades más básicas y urgentes de acogida. Desde el alojamiento o el aprendizaje del idioma hasta la asistencia jurídica y psicológica, la formación y la orientación laboral. A una segunda fase, la de inclusión, solo podrán acceder quienes hayan sido reconocidos como beneficiarios de protección internacional. Comienza cuando las personas terminan su estancia en el dispositivo de acogida, pero necesitan un apoyo suplementario», afirma esta representante de la CEAR, que nos hace de anfitriona en El Escorial.

La normativa que regula el derecho de asilo en España está recogida en una serie de disposiciones legales europeas y españolas. Esos criterios se aplican desde el Ministerio de Inclusión, Igualdad y Migraciones, con el que establecen conciertos de colaboración organizaciones como la CEAR.

En total, la CEAR gestiona en Madrid 437 plazas de refugiados, distribuidas por sus distintas casas. La media de edad de las sesenta personas acogidas en El Escorial, asistidas por una quincena de profesionales y colaboradores de la ONG, ronda la treintena, con residentes que van desde uno a setenta y seis años, tal como señalamos anteriormente. Por países, la nacionalidad de origen más representada es la de Perú, país seguido de Venezuela. El número de solicitantes de asilo en España, como el gigantesco pinsapo del jardín de la Casa de Paz, no ha dejado de crecer en los últimos años. Este es el resumen estadístico facilitado por Arantxa Sánchez. Las cifras, actualizadas en mayo de 2024, corresponden solo al centro de El Escorial:

La paradoja histórica resulta evidente y ha sido comentada por distintos autores: el enclave del Monasterio de Prestado, tan significativo y simbólico para el muy católico Felipe II, acabó tres siglos después de su muerte en manos de un humilde representante de la reforma luterana, combatida con perseverante empeño por el rey. En el epílogo de su monumental y excelente biografía sobre Felipe II, el hispanista Geoffrey Parker7 recuerda una frase que resume la obsesiva intransigencia religiosa del monarca: «Antes que sufrir la menor quiebra del mundo en todo lo de la religión, y del servicio a Dios, perderé todos mis estados y cien vidas que tuviese».

Ilustración de Pierre Perret para el libro de Luis Cabrera de Córdoba sobre Felipe II, publicado en 1619. En la parte central, junto a un rey que defiende el catolicismo y protege a la Virgen María espada en mano, puede leerse el lema «Suma ratio pro religione». Esa fue la prioridad de su reinado: situar la religión católica por encima de todo lo demás y ampararse obsesivamente en sus creencias para tomar decisiones.

UN VISIONARIO PASTOR PROTESTANTE

El pastor protestante Federico Fliedner (Düsseldorf, 1845-Madrid, 1901) llegó a El Escorial en 1880, cuando llevaba ya una década de activa misión evangélica en España. Le habían enviado desde su Alemania natal para apoyar y difundir en nuestro país la doctrina luterana, al amparo de la libertad religiosa recién proclamada en la Constitución de 1869. Los propósitos doctrinales de aquel pionero los han continuado hasta hoy sus seguidores, a través de la Fundación Federico Fliedner y de la Iglesia Evangélica Española.

Fliedner buscaba entonces emplazamiento para una posible residencia estival destinada a los escolares huérfanos de su primitivo colegio madrileño. Había descartado que la ubicación fuera en San Lorenzo porque allí «los precios de los víveres son muy elevados, especialmente en verano» y, además, «el alquiler de los cuartos cuesta mucho y solo se obtienen poco poco tiempo», según relata en su autobiografía y aparece reflejado asimismo en las Memorias de la familia Fliedner.

Descartada por razones económicas la opción de San Lorenzo, en el verano de 1880 apareció otra posibilidad muy esperanzadora. Casi por azar —a través del hermano de un enfermo al que Fliedner había consolado espiritualmente—, el pastor Federico tuvo noticia «de una finca pequeña cerca de El Escorial, pero no junto al palacio en lo alto, donde la vida está tan cara, sino abajo, muy cerca de la estación de ferrocarril, donde la manutención es bastante más barata. Bien es verdad que no había casa, era solo un jardín descuidado (…), pero dentro del jardín había un pozo magnífico. (…) Además, una higuera, unas parras y unos granados, que se mantenían desatendidos en este desierto, demostraban que, en su tiempo, había sido un lugar floreciente». Dos datos más: el tren, mencionado aquí por Fliedner, había llegado a El Escorial veinte años atrás, en 1861, y la fábrica de chocolate de Matías López estaba en marcha desde 1875.

PARADOJAS HISTÓRICAS

En contra de lo que pudiera parecer, Federico Fliedner no compró esta propiedad, entonces muy fragmentada, por su vinculación histórica con Felipe II. Eso lo supo más tarde: «El que hubiera sido convento y hubiera servido al enemigo más fanático del evangelio, solo lo llegamos a saber por un librito publicado por el médico del pueblo [Restituto Granda González]8, en el cual describía esta casa con todo detalle. Luego, nosotros seguimos encontrando toda suerte de huellas del antiguo edificio», afirma el pastor Fliedner en sus notas de julio de 1880.

En medio de aquellas ruinas adquiridas por Federico Fliedner ya ni siquiera funcionaba el horno de vidrio de la familia Barovier, cuyo símbolo más llamativo era la chimenea que, reconstruida, aún forma parte del paisaje urbano de El Escorial. El proceso de reforma emprendido por Fliedner culminó en 1887 y estuvo coordinado por el arquitecto Alejandro Sureda. Más recientemente, otro arquitecto, José Ignacio Martínez Iturria, ha dirigido obras de mejora y mantenimiento en el recinto, centradas sobre todo en el antiguo horno de vidrio. Desde el principio, el recuperado Monasterio de Prestado recibió el nombre de Casa de Paz, un entorno destinado sucesivamente, como ya hemos visto, a hogar de huérfanos, escuela primaria, internado, facultad de teología y centro de acogida a refugiados, entre otras funciones.

De una u otra forma, este enclave del Monasterio de Prestado —conocido también coloquialmente en la villa como el castillo, la chimenea, el muro y la capilla, en alusión a distintas zonas y elementos arquitectónicos— forma parte esencial de la historia y la vida de la localidad desde el siglo XVI.

PERSECUCIÓN PROTESTANTE

Lo cierto es que sin el empeño personal de Federico Fliedner, que se puso manos a la obra apenas adquirido el edificio, los pocos vestigios que quedan del Monasterio de Prestado habrían desaparecido muy probablemente.

A juicio de Marcos Araujo Boyd, actual secretario de la Fundación Fliedner, «la compra del Monasterio de Prestado por parte de Federico Fliedner constituye un testimonio, una expresión pública y abierta de una realidad que va más allá de lo que representan los terrenos y edificios. Con esa adquisición, la propiedad de El Escorial añade a su elevado valor histórico un poderoso elemento de memoria de la represión sobre los protestantes en el siglo XVI, representado por Felipe II. Federico Fliedner era muy consciente de ello al poner en marcha una entidad evangélica que supone la resurrección, la vuelta a la vida de la comunidad protestante, justo en el mismo lugar que habitó quien la intentó suprimir».

Aunque el recinto es una propiedad privada, «los edificios históricos —monasterio, horno-capilla y jardines— se han abierto en múltiples ocasiones al pueblo. Es cierto que en este momento el proyecto de atención a refugiados en su seno no permite esas visitas, pero sin duda es algo que deberemos revisar», añade Marcos Araujo.

La actual actividad de la Casa de Paz no es ajena a los principios que inspiran el quehacer de la Fundación Fliedner: «Cuando se planteó la posibilidad de ponerlo a disposición de la CEAR lo vimos como una gran oportunidad. Estamos muy orgullosos de que el lugar siga dando fruto, ahora como centro de acogida de refugiados. No lo vemos como un alquiler, sino como un reto social del que nos sentimos parte. No sabemos cuál será el siguiente proyecto, pero confiamos en que esté relacionado nuevamente con una oportunidad de servicio a la comunidad, que es el objetivo fundacional de la Casa de Paz», concluye Marcos Araujo.

Las relaciones de la Fundación Fliedner con El Escorial y sus vecinos han sido y son cordiales y respetuosas, pues no en vano algunos de ellos estudiaron en su colegio privado9 entre 1958 y la década de los noventa. Una buena muestra de esta mutua simpatía es el reconocimiento institucional otorgado a la Fundación en 2018, año en que fue galardonada con la medalla de oro del Ayuntamiento de El Escorial. La distinción fue recogida en su día por Marcos Araujo, en representación de la entidad.

Ruta del Tren de Felipe II, desde Principe Pío hasta El Escorial. Un actor encarna el papel de monarca y ofrece información a los viajeros. Foto procedente de la empresa ALSA, organizadora del circuito turístico.

Aunque muy estudiada y divulgada por distintos investigadores —con Gregorio Sánchez Meco a la cabeza—, la historia de Felipe II (1527-1598) relacionada con la aldea —y luego villa— de El Escorial ha quedado ensombrecida y diluida con el paso del tiempo. Ese olvido se debe en parte a la complejidad de su reinado y a su controvertida figura, con frentes abiertos en medio mundo, pero también tiene su causa en la monumentalidad apabullante del Monasterio de San Lorenzo y su entorno, imbatible referencia arquitectónica: «su fama ha eclipsado al antecesor»10, el humilde y efímero Monasterio de Prestado, señala José Luis Cano de Gardoqui. No hay vuelta de hoja: San Lorenzo invisibiliza todo lo que tiene alrededor y además, al menos para los aficionados a las clasificaciones, es «la octava maravilla del mundo», pese a que comparte esa lista ilusoria con serios competidores.

TREN DE FELIPE II

Salvo contadas excepciones, los cientos de turistas que llegan en ferrocarril a El Escorial, un viaje posible desde 1861, suben directamente arriba, a San Lorenzo. Unos lo hacen en autobús, otros en taxi y, una gran mayoría, a pie a través del parque de la Casita del Príncipe. Incluso los viajeros del Tren de Felipe II, un convoy turístico especial con actores vestidos de época, apenas pisan el pueblo de abajo11. Nada más llegar a la estación de Cercanías se trasladan en autocares hasta el monasterio, dispuestos a conocer todos los rincones del lugar: el grandioso palacio, la basílica, la biblioteca, el panteón, el jardín de los frailes… y todas las salas y dependencias del real sitio, adscrito a Patrimonio Nacional. Sobre el monasterio, que figura asimismo en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, hay tanta literatura, a favor y en contra del edificio y de su simbolismo, que cada cual puede elegir las tesis e interpretaciones más acordes con sus ideas y creencias.

El hispanista Henry Kamen12, quien ha dedicado un libro a El enigma de El Escorial, admite que las controversias en torno al monumento y al rey que impulsó su construcción se remontan a sus orígenes, pero, lejos de desvanecerse, «han persistido hasta hoy».

El Tren de Felipe II, una oferta turística y cultural puesta en marcha en 2017. El viaje se realiza en un convoy especial. La locomotora y los vagones, aunque restaurados, son de mediados del siglo XX.

Nada más volátil y engañoso que la memoria, pero lo cierto es que el empeño constructor de Felipe II —una vez elegido el emplazamiento del monasterio en 1562 y encargado el proyecto a Juan Bautista de Toledo— se fraguó y fue tomando forma muy cerca de la actual estación de Cercanías de El Escorial. Sucedió en unas humildes casas de aldea convertidas en improvisado aposento regio, además de cuartel general para su sirvientes y morada para los primeros jerónimos. Alquiladas primero y compradas después, aquellas viviendas y su entorno se convirtieron en el convento de prestado, que cumplió esa misión durante una década, hasta 1571.

Los seres humanos, y especialmente los más poderosos, temen los efectos del olvido: «Los hombres son como sombras de sombras. Surgen en el mundo un instante y se desvanecen». La frase es de José Martínez Ruiz, Azorín, quien la pronunció en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, leído en 1924. El protagonista inicial de su novelada disertación —Una hora de España. Entre 1560 y 1590es precisamente Felipe II, al que Azorín, sin nombrarlo expresamente, coloca en medio del «inmenso edificio de piedra gris» de San Lorenzo. El nuevo académico viaja al siglo XVI y recrea una escena cotidiana de aquel rey grafómano, que leía y firmaba papeles sin parar y rezaba compulsivamente mientras se acercaba al ocaso de su vida: «El anciano está sentado ante una mesa cubierta de tapete carmesí. Libros y papeles se amontonan sobre la mesa. (…) La faz del caballero es pálida. Blancas son sus barbas. Y en los ojos —claros ojos azules— se muestra una profunda melancolía», escribe Azorín.

¿PRUDENTE O IMPRUDENTE?

Azorín, como los abnegados cicerones turísticos de antaño —los predecesores de las impersonales y asépticas audioguías de hoy—, emplea su mejor lirismo para evocar una vida, la de Felipe II, polémica y propicia para las leyendas negras o para las crónicas laudatorias, indistintamente. La historia ni se repite ni se completa nunca. Geoffrey Parker creyó haber concluido su muy recomendable «biografía definitiva» de Felipe II en 2009, pero cinco años después descubrió en la Hispanic Society nuevos documentos de la colección Altamira, de modo que amplió y modificó parte de la anterior en El rey imprudente. La biografía esencial de Felipe II.

Geoffrey Parker —quien, dicho sea de paso, no menciona el Monasterio de Prestado ni una sola vez en las dos obras citadas—, además de ofrecernos una historia analítica —amena y muy precisa al mismo tiempo— del reinado de Felipe II, deja hablar al monarca a través de decenas de documentos y manuscritos. Los detalles más nimios —la intervención del rey para resolver las disputas de los frailes por el reparto de las celdas del nuevo monasterio— se mezclan en sus notas con las graves cuestiones de estado que le atormentaban. Las conclusiones de Geoffrey Parker se resumen en esta consideración final: «Muy pocos hombres pueden sobresalir a la vez como inspectores de obras y estadistas de superpotencias. El mismo conjunto de aptitudes que le preparó tan magníficamente para la primera tarea, y produjo con ello la octava maravilla del mundo, comprometió su capacidad para lograrlo en la segunda, como gobernante del primer imperio donde no se ponía el sol».

Esas contradicciones tan humanas, las dificultades de establecer prioridades y delegar funciones como se dice en la jerga empresarial al uso, siguen ahí. Ya lo señalaba Azorín aquella tarde de ingreso en la Real Academia Española, el 26 de octubre de 1924: «… nosotros, hombres del siglo XX y los hombres del siglo XVI, por ejemplo, somos una misma cosa. Desde lo futuro, nuestros antecesores de cuatro siglos atrás se verán a par nuestro. Los conflictos íntimos de unos y de otros son los mismos».

Corren los años, pero las emociones, los sueños y los miedos permanecen. Nadie se libra, ni antes ni ahora, de esa inquietante sensación de vivir de prestado, tan arraigada en la memoria colectiva de El Escorial como lo está el propio lema de su escudo: post fata resurgo.

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  1. Todas las fotos son del autor del texto, salvo aquellas imágenes en las que se indica expresamente otra procedencia. Deseo expresar mi agradecimiento por su colaboración y ayuda a Marcos Araujo y Salomé Arnáiz, de la Fundación Fliedner. También a Arantxa Sánchez y Cristina Sirur, de la CEAR. Y a mis vecinas de El Escorial, las hermanas Felisa y Marga de Andrés San Juan, antiguas alumnas de los colegios de la Fundación Fliedner, que despertaron mi interés por el legendario enclave del Monasterio de Prestado. ↩︎
  2. Richard Ford (1796-1858) publicó Gathering from Spain (Cosas de España. El país de lo imprevisto) en 1846, con material no incluido en su popular guía A Handbook for Travellers in Spain and Readers at Home (Manual para viajeros por España y lectores en casa), aparecida en 1845. La primera edición de Cosas de España en castellano la publicó Jiménez Fraud en 1922. En ambas obras se menciona varias veces el Monasterio de El Escorial, la mayor parte de ellas en tono crítico y negativo. ↩︎
  3. Niño Azcona, Lorenzo, Felipe II y la villa de El Escorial a través de la historia, Editorial Luz y Vida, Madrid, 1934. ↩︎
  4. Sánchez Meco, Gregorio, De comunidad de aldea a villa de realengo, Ayuntamiento de El Escorial, Madrid,1995.
    El Escorial y la Orden Jerónima. Análisis económico-social de una comunidad religiosa, Editorial
    Patrimonio Nacional, Madrid, 1991.
    El arte de la cocina en tiempos de Felipe II, Ayuntamiento de El Escorial, Madrid, 1998. ↩︎
  5. La primera piedra se puso el 23 de abril de 1563 y la última el 13 de septiembre de 1584. La basílica se consagró en 1595. ↩︎
  6. Con el título Post fata resurgo, el Ayuntamiento de El Escorial publicó en 2015 un libro de autoría colectiva que recoge diversos estudios sobre este tema. En el capítulo firmado conjuntamente por Gregorio Sánchez Meco y Rafael Gentil Sanz se analiza con detalle esta cuestión: «Sin que sepamos quienes, ni cuando, alguien mandó escribir la primera frase [post fata resurgo] que abre la primera página del Libro de Villazgo», documento conservado en el archivo municipal. ↩︎
  7. Geoffrey Parker, discípulo del gran hispanista británico John H. Elliott (1930-2022), es catedrático de la Universidad de Ohio (Estados Unidos) y autor de Felipe II. La biografía definitiva (Planeta, Barcelona, 2010). Cinco años después amplió y revisó esta monumental obra con la publicación de El rey imprudente. La biografía esencial de Felipe II (Planeta, Barcelona, 2015). ↩︎
  8. Se refiere al médico Restituto Granda González, quien publicó en 1886 una interesante Memoria histórico-médica-topográfica de la leal villa de El Escorial y su término. El doctor Granda se pregunta en su libro (páginas 16 y 17): «Y ¿quién le diría a Felipe II, monarca de dos mundos, que defendió la religión católica con delirio y hasta fanatismo en las guerras de Italia y Francia, cuando los hugonotes, que hoy todo ese edificio y su huerta, hecho por él y destinado a un convento, se encuentran en poder de un pastor protestante que lo hermosea, lo usufructa y lo utiliza para enseñanza de su secta. (…) La vida, la ilustración, las leyes y la política han cambiado por completo aquellos tiempos del suplicio y la inquisición por otros de propaganda y libertad y hasta el ilustradísimo clero de nuestros días y las congregaciones religiosas ejercen su divino ministerio en otra forma completamente diferente de aquellos tiempos de la hoguera y la mordaza.» ↩︎
  9. La Fundación Fliedner tiene dos colegios en Madrid, El Porvenir y Juan de Valdés, creados en 1897 y 1963, respectivamente. ↩︎
  10. Cano de Gardoqui García, José Luis, El Monasterio de Prestado de la villa de El Escorial, Boletín de la RABASF, número 72, Madrid, 1991. ↩︎
  11. La Asociación Deverde organiza visitas a la villa de El Escorial como actividad complementaria al Tren de Felipe II, bajo el título «Tarde de Leyendas. El origen de El Escorial», con paradas en el iglesia de San Bernabé y el enclave del Monasterio de Prestado. Los guías que acompañan a los turistas en los autocares, cuyo primer destino es la Casita del Infante, aprovechan el recorrido hacia San Lorenzo para explicar algunos detalles de la historia de la villa de El Escorial. ↩︎
  12. Kamen, Henry, El enigma de El Escorial, Espasa, Madrid, 2009. ↩︎

Tu nombre en la pared

Tras un nombre siempre hay mil calles, mil historias.

¿Quién es o quién habrá sido Agustina, esa Agustinita plasmada con propósito perdurable y no como efímero corazón de tiza pintado en la pared? En medio de las ruinas de esta casa escurialense, con apenas unos ladrillos en pie, llama la atención la placa amarilla sobre el blanco muro, tan sugerente como el primer día: Villa Agustinita. Tras la verja se vislumbra una vieja autocaravana, un hogar rodante que también parece varado y fuera de la circulación. Frente a La casa encendida de Luis Rosales, ese último rayo de esperanza doméstica en plena noche, hay casas deshabitadas y a la intemperie: esos hogares convertidos en esqueletos de piedra, sin más techo que el cielo y las estrellas. Edificios destruidos por la guerra, por la desidia, por el peso de los años, por el olvido.

Cada vez que paso por la calle Francisco de Mora, en El Escorial, me fijo en este detalle, en ese nombre sobre el azulejo que se resiste a desaparecer. Un nombre para recordarnos que allí hubo antes una vida sobre la que el viandante ocasional no sabe nada, aunque quiere imaginar que transcurrió en un tiempo feliz. ¿Qué voces y qué pensamientos habrán resonado allí? ¿Qué risas y qué llantos? ¿Cuántos sueños habrán surgido tras sus puertas y ventanas?*

Las vidas se suceden y se superponen: restos de grafitis al fondo.

No he encontrado, pese a algunos intentos de búsqueda, ninguna referencia a Agustina ni a la historia de esta villa, vecina de esos otros hotelitos o chalés tan característicos de la sierra madrileña. Ante la falta de datos, que los habrá, cómo no, siempre queda el ejercicio de la fantasía: las ideas humanas tienden a la asociación libre, a la ocurrencia, si escasea la información. Cada cual llena esos huecos mentales como puede o como quiere. Al pasar por delante de Villa Agustinita, hay días en que se me viene a la cabeza, como un resorte, un viejo tema musical de la movida ochentera. No me refiero a Corazón de tiza (Radio Futura), citado al inicio, que también. Hablo de la canción más popular de La Guardia: Mil calles llevan hacia ti. Sus autores, Manuel España y Quini Almendros, se preguntan qué camino, qué itinerario se ha de seguir para no perder el rastro de un anhelado «perfume de mujer». En la letra se deshoja alegremente la margarita de las posibilidades y se abre el gran mapa de las rutas sentimentales, variopintas y casi infinitas cuando se busca el amor. ¿Cómo se llega a ese destino dichoso?

Quizás mostrándote una flor / O hacer que pierdas el timón / Poner tu nombre en la pared / O amarte cada atardecer.

La resistencia de Agustinita, de ese nombre solitario y limpio, de ese diminutivo cariñoso que sobrevive en medio de la destrucción y el abandono, conmueve al paseante. La memoria aguanta el desgaste del tiempo mejor que las almenas. Mil calles llevan hacia ti… y sé que tengo que elegir. 

Entrada de Villa Agustinita, en El Escorial.

*Días después de escribir estas notas estuve releyendo La invención de la soledad (1982), del recientemente fallecido Paul Auster. Y me encontré con un párrafo que no me resisto a copiar aquí:

«“¿En qué momento una casa deja de ser una casa?, ¿cuando se cae el techo?, ¿cuando le quitan las ventanas?, ¿cuando las paredes se desmoronan?, ¿cuando se convierte en un montón de escombros? (…) Sin embargo, si la puerta sigue en pie, todo lo que hay que hacer es abrirla y volver a entrar. Es agradable dormir bajo la luz de las estrellas, y la lluvia no importa; total, no durará mucho».