Por aquí pasa un río*

En memoria de Carmina la de Antonina (1912-2009), gran lectora, amante de los libros y fiel usuaria de la biblioteca de Arriondas (Parres, Asturias).

Carmen González Sánchez, Carmina la de Antonina, con su hijo Juan Sánchez, padre de Antonieta, de la Ferretería Falo de Arriondas.
 

Fundar bibliotecas equivalía a construir graneros públicos, amasar reservas para un invierno del espíritu que, a juzgar por ciertas señales y a mi pesar, veo venir.

 Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, 1951

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Creo que fue en el viejo instituto de Arriondas, hace ya más de medio siglo, en donde escuché por primera vez la vieja sentencia de Heráclito, tan usada para rotos y descosidos filosóficos: nadie se baña dos veces en el mismo río, «excepto los muy pobres», como ironizaba Ángel González en unas glosas inolvidables.

A ORILLAS DEL SELLA

Aquellas aulas de bachillerato, inauguradas tras larga espera vecinal y estudiantil en el otoño de 1968, estaban a la vera del Sella, entonces mucho más abundante en salmones que ahora. El río, más allá de la Fiesta de las Piraguas y su descenso internacional en agosto, era aún ajeno al auge turístico de las canoas y desconocía esas coloridas embarcaciones que surcan a diario su cauce con cientos de felices palistas a bordo.

Hoy, mientras tecleo el inicio de estas líneas en la pantalla del teléfono, veo el Piloña desde una ventana del Hospital del Oriente de Asturias. El afluente del Sella discurre con silenciosa lentitud y, cuando lo contemplo, recito mentalmente otros versos de Ángel González —Por aquí pasa un río—, uno de mis poetas de cabecera: «Si vas deprisa, el río se apresura. / Si vas despacio, el agua se remansa».

Puede ocurrir así, que el río se acomode imaginariamente al ritmo de nuestros pasos, pero a veces las aguas son menos poéticas y se desbordan sin piedad, como sucedió en junio de 2010. Las ambiciosas obras de contención, destinadas a evitar desastres como aquel, son visibles desde hace un tiempo para los paseantes y para los remeros. Incluso dan pie a épicos titulares de prensa: «Arriondas levanta sus defensas contra las riadas», leo en El Comercio del 19 de mayo de 2023. Buenas noticias, impulsadas por ríos de fresca tinta periodística y amparadas por presupuestos generosos —diecisiete millones de euros, según el rotativo gijonés— contra las temibles crecidas. Bienvenida sea la previsión de riesgos, aunque llegue algo tarde.

El río Sella a su paso por Arriondas.

En los ríos, como en la vida, hay que adaptarse a las circunstancias y seguir la corriente o navegar contra ella, depende de los momentos. Hace unos días, a finales de mayo, además de deambular como acompañante de mi madre —Ana María Somovilla López, Mari la de La Fortuna— por los pasillos del hospital, volví por unos instantes al pasado, un territorio que ha de observarse siempre con cautela. En ese viaje por el pretérito imperfecto visité fugazmente la biblioteca de Arriondas, que llevaba en mi lejana infancia el nombre del maestro Cipriano Rodríguez La Villa. El rótulo con esa enigmática denominación —porque no sabíamos quién había sido aquel antiguo profesor al que se rendía homenaje— sobresalía en una esquina del edificio, la que daba a la plaza: «Biblioteca municipal Cipriano R. La Villa» rezaba, en dos líneas, la escueta inscripción. El cartel lucía anclado casi a la misma altura que la actual placa anunciadora de la calle Lilián de Celis. La célebre cupletista, originaria de Fíos, vive ahora —casi nonagenaria— en los aledaños de Ribadesella y todavía se sube a los escenarios. El 21 de mayo de 2023 actuó en Infiesto durante la reapertura de La Benéfica, apadrinada por Rodrigo Cuevas, mi primo Nacho Somovilla y su compañero Sergi Martí. Lilián aún entona con picardía La chica del 17 («de la plazuela de Tribulete») y evoca con nostalgia Las tardes del Ritz.

Recital de Rodrigo Cuevas y Lilián de Celis en la cátedra Leonardo Cohen de la Universidad de Oviedo.

Más recientemente, en junio de 2024, Lilián de Celis se sumó a las más de dos mil personas que firmaron a favor de la candidatura de La Peruyal al Premio Pueblo Ejemplar de Asturias, galardón que concede cada año la Fundación Princesa de Asturias.

LA SOMBRA DE GALDÓS

Algunas primeras ediciones de las obras de Benito Pérez Galdós, entre ellas El amigo Manso, procedentes de mi biblioteca particular.

La de Arriondas fue la primera biblioteca que pisé en mi vida. No recuerdo el año concreto de aquel bautismo libresco, pero tuvo que ser en los inicios de la década de los sesenta, mediado el siglo XX. La sala de lectura estaba ubicada en un lateral de la escuela pública de Arriondas, hoy sede de la Casa de Cultura Benito Pérez Galdós. La de don Benito —se me van acumulando los nombres propios— es otra historia. Ya saben ustedes que la vinculación con Parres del autor de El amigo Manso, obra de 1882 en la que se menciona expresamente nuestra villa, procede de la relación sentimental del escritor canario con Lorenza Cobián, natural de Bodes (Parres) y madre de su única hija, María Pérez Galdós Cobián, nacida en 1891. Lorenza, su madre, afectada por una enfermedad mental, se suicidó Madrid en 1906.

Lorenza Cobián (1851-1906), natural de Bodes (Parres), madre de María, la única hija de Benito Pérez Galdós. Retrato de José María Fenollera, hacia 1890. Exposición conmemorativa del centenario de Galdós en la BNE, 2020.

En la correspondencia mantenida entre Galdós y su descendiente, hay frecuentes alusiones a la mala ortografía de la chica, como en esta fechada el 19 de agosto de 1908, tras una visita de la joven María al lugar de Covadonga. Dice el padre en su misiva:

«Es un sitio muy bonito y muy interesante. La gruta es preciosa, el sepulcro de Pelayo y de D. Alfonso I también tienen que ver. Pero, por Dios, hija de mi alma, no escribas Pelallo, sino Pelayo, ni pongas llo, por yo, no sé en qué pensaba tu maestra, que no os enseñó cosa tan fácil de aprender». 

María se casó en 1910 con Juan Verde y su familia mantuvo los lazos con Bodes y conservó la finca El Gallán.

Tarjeta de Lorenza Cobián a su hija María. Exposición conmemorativa del centenario de Galdós en la BNE, 2020.

Todas las bibliotecas, y he tenido la suerte de conocer algunas muy notables a lo largo de mi existencia, desprenden un aroma especial, fruto del olor que emanan las hojas de los libros y las estanterías de madera. En la de Arriondas, inaugurada en junio de 1956, también flotaba ese agradable perfume de papel. Reinaba un silencio relativo, el que buenamente permitíamos los escolares que íbamos allí por la tarde a hojear los tebeos. En mi memoria solo conservo imágenes de Pumby, cómic protagonizado por un gato con ese apodo. Alguna vez eché un vistazo a las baldas, ocupadas por tomos que a mí me parecían sagrados y distantes, tan ajenos, que solo me infundían respeto y lejanía. Miraba los lomos, ojeaba los títulos con curiosidad gatuna y poco más. Tampoco los pedía prestados para leerlos en casa.

Yo no he sido precoz en casi nada, tampoco en la pasión literaria, que no se despertó, y solo a medias, hasta mi llegada al instituto, ya con once años. La colección de RTVE y Salvat, adquirida en la librería de Antonín Otero tomo a tomo, cumplió asimismo una función importante en mi oficio de lector. He sido de vocación tardía en casi todo, salvo en el ejercicio de observar y percibir detalles mínimos y tal vez insignificantes de la vida cotidiana: el sonido del tren, el rumor del río, la acidez de la manzana, el olor de la hierba seca. Siempre me fascinó la «contemplación de las pequeñas cosas», tan bien cantadas por Joan Manuel Serrat, y ahí nació en parte mi inclinación por el periodismo.

CARMINA, LECTORA EJEMPLAR

Por aquella biblioteca de Arriondas, regentada por la siempre discreta y elegante María Dulce Junco, pasaban personas muy dispares, pero hoy quiero recuperar la figura de Carmen González Sánchez, Carmina la de Antonina, a quien tuve la suerte de conocer de niño.

Dulce Junco fue bibliotecaria en los inicios de los años sesenta. También trabajó en la centralita de Teléfonos y en el cine Peñasanta.

Carmina, junto con su madre Antonina, hacía pan y repostería en su casa de la calle San Antonio, muy cerca de la capilla del mismo nombre. Parte de esos bollos y dulces terminaban en las romerías de los alrededores de Arriondas, a donde acudían ambas para vender sus productos artesanos y sobrevivir en tiempos muy difíciles. Carmina, que me contaba alguna de sus penurias de posguerra, también hacía tareas domésticas para algunas familias de la villa y así sacó adelante a su hijo Juan, el de la Ferretería Falo, uno de los grandes artífices de las fiestas de La Peruyal, a cuya organización se entregaba, doy fe, en cuerpo y alma.

Nacida en 1912 y fallecida en 2009, Carmina fue la primera gran lectora que yo conocí. Iba devota y puntualmente cada semana a retirar sus libros y sería una delicia conocer, si se conservaran las fichas de entonces —lamentablemente destruidas—, sus gustos literarios y los de otros usuarios de la biblioteca en aquella época. Un día, no sé a propósito de qué lectura, Carmina me preguntó si yo sabía lo que era un «decano» y solo pude salir del paso mediante la consulta al diccionario, herramienta que yo empezaba a descubrir.

Biblioteca municipal de Arriondas

Animado por la nostalgia, y gracias a la amabilidad de Elena López Cofiño —la nueva y muy diligente bibliotecaria— y de María José González Sobrecueva, que lleva una veintena larga de años en la casa, visité en mayo el altillo en que se guardan los volúmenes de la época fundacional —poco más de un millar de ejemplares—, a la espera de catalogación. He tenido la suerte de ver de nuevo los sellos estampados en los libros y de hojear y de oler algunos de ellos con ayuda de María José. Esos ejemplares llegaron a Arriondas en 1956, el de mi nacimiento en una casa ya desaparecida y situada casi enfrente de la biblioteca. Aquel mismo año Televisión Española inició sus emisiones desde el Paseo de La Habana, en Madrid, y —sorpresas te da la vida— el matemático John McCarthy acuñó el término inteligencia artificial durante una conferencia impartida en la Universidad de Darmouth (Estados Unidos).

Sello de la primitiva biblioteca municipal de Parres.

La semilla del anuncio de McCarthy ha tardado en germinar, pero ha brotado con fuerza y corren, imparables, ríos de tinta en todas sus versiones y por todos los canales. El inquietante fenómeno de la inteligencia artificial, que ha pasado de la ficción a la realidad casi sin darnos cuenta, ha abierto un intenso debate social, político y académico que adquiere a veces tonos apocalípticos. Pase lo que pase con los desafíos de las máquinas pensantes, confiemos en que, en el peor escenario posible, siempre nos quedarán los libros, en sus distintos formatos, como fiel reflejo (y refugio) del saber humano. No hay que sacralizar el papel, por más que nos gusten las primeras ediciones bien encuadernadas a los bibliófilos, ni condenar las pantallas.

Jorge Luis Borges en su época de director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Imagen: Archivo de la BNBA.

No siempre el medio es el mensaje. Solía decir Jorge Luis Borges que él estaba más satisfecho y feliz de sus lecturas que de sus escritos. La cita final de estas divagaciones librescas, en las que se han filtrado aguas fluviales con tintes poéticos, la reservo para uno de los relatos más conocidos y sobrecogedores del autor argentino, La biblioteca de Babel (1941):

«Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana —la única— está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta. (…) Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza».

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*Este artículo, bajo el título «Ríos de tinta», se publicó en julio de 2023 en la revista La Peruyal de Arriondas, sociedad que conmemora su 75.º aniversario en 2024. El 11.7.2024 he hecho algunas actualizaciones y breves añadidos, pero el texto esencial es el mismo de entonces.

Quiero dejar constancia de mi agradecimiento a Antonieta, la nieta de Carmina, por los datos facilitados y por la foto de su abuela con Juan, su padre, cuando era niño. También a Fran Rozada, cronista oficial de Parres, a cuyos escritos sobre la biblioteca —disponibles en la web del Ayuntamiento— les remito para obtener información más detallada. Fran también me ha enviado la foto de Dulce Junco que se reproduce aquí. Y mi gratitud asimismo a las bibliotecarias —Gloria Álvarez es de mención obligada— y bibliotecarios que precedieron a las actuales encargadas del centro, Elena y María José.