Todos hemos tenido alguna vez el sueño inconfesable de imitar a Supermán. Los neoyorquinos, ya muy acostumbrados a no sorprenderse por casi nada, pudieron ver hace unos días como unos seres aparentemente humanos sobrevolaban la estatua de la Libertad y el puente de Brooklyn. A muchos debió parecerles posible, aunque fuera por un momento, el viejo deseo de surcar los cielos, ese espacio aéreo hasta ahora únicamente accesible a los ángeles y a los héroes del cine, si descartamos a los émulos de Ícaro que se lanzan al vacío con parapente o alas delta. Pronto supieron los asombrados vecinos de Manhattan que se trataba de un truco: otra nueva vuelta de tuerca publicitaria, en este caso para promocionar la película Crhonicle.
Hay lujos más alcanzables que el de volar sobre este puente legendario, probablemente el más cinematográfico del mundo. Hice la foto que acompaña estas líneas hace dos años y medio, en julio de 2009. Aquella mañana soleada había pocos viandantes y esta joven debió pensar que el banco de Brooklyn era un buen lugar para el descanso, para esa cabezada reparadora cuya urgencia nos puede sorprender en cualquier momento: un pestañazo, como dicen en México.
He pensado muchas veces en ella, en la mujer anónima de la foto, ajena al desafiante paisaje de rascacielos que tiene a sus espaldas. Su apacible sueño mañanero en el banco contrasta con imágenes más recientes grabadas en el puente, literalmente tomado por otros soñadores: esos miles de ciudadanos del movimiento Occupy que protestaban contra los especuladores de Wall Street. Hay bancos que sirven para dormir dulces siestas y otros que solo producen pesadillas y cobran intereses. Ya sabemos, por Calderón, que la vida es sueño. Y los sueños…