Las sillas de Obama

Sin perdón: una foto por otra. Hay que reconocer los buenos oficios -y los excelentes reflejos- del equipo de comunicación de la Casa Blanca para responder con inmediatez, y con una imagen brillante y sugestiva, al número circense de la silla montado por Clint Eastwood en la convención republicana de ayer, contado desde allí por María Ramírez, entre otros periodistas españoles. Frente a la silla vacía en la que el cineasta quiso simbolizar la ausencia del @InvisibleObama, esta otra: la cabeza del mandatario demócrata asoma por el respaldo del sillón presidencial en plena sesión de trabajo: no hay vacío.

Resulta extraño, por muy republicano que sea, ver al director de Gran Torino y Los puentes de Madison en este papel tan forzado. Vale la pena leer su discurso íntegramente, buscar todos los matices, repasar su biografía, y que cada cual saque sus conclusiones, más allá de los aplausos incondicionales del auditorio, que jaleaba mecánicamente sus chistes y ocurrencias. Hubo desconcierto entre algunos, pero en estas liturgias entre los unidos por la causa casi todo se disculpa.

Lo cierto es que la puesta en escena, esa silla recurrente en medio de la pista, ha dejado bastante que desear. Puestos a hacer metáforas con las poltronas, mejor las de «Juego de tronos», desmesuradas y fantásticas. Ya se sabe: nadie es perfecto, y menos en el cine y en la política. Ni siquiera el gran Clint Eastwood en diálogo con un taburete en el que quiso «sentar» a Obama y cantarle las cuarenta por sus incumplimientos. Como si estuviera en el saloon de un western con el vaso de whisky en la mano, imaginando cómo llegar por el camino más corto al (ala) oeste de la Casa Blanca.