Siempre creí más en el poder de la palabra que en el valor de la imagen. Antes de la era digital, en los felices tiempos (es un decir) de la Galaxia Gutenberg, escribir pies de foto en los medios impresos era todo un arte que se encomendaba en las redacciones a los plumillas más avezados. Hay cientos de ejemplos, pero, en este final del año Cunqueiro, parece obligado subrayar los que escribía don Álvaro en Faro de Vigo: magistrales, literatura de primera calidad.
Uno de sus amigos más cercanos en la etapa en que Cunqueiro dirigió el Faro, diario decano de la prensa española, Xosé Luis Franco Grande, me comentó en cierta ocasión la conveniencia de rescatar aquellos textos efímeros. Unos pies de foto sin firma, pero fácilmente atribuibles al autor de Merlín e familia por su estilo inconfundible. A lo largo de este año que termina he sugerido humildemente en distintos sitios la necesidad de recopilar, analizar, estudiar y publicar la ingente obra periodística de Álvaro Cunqueiro, tan dispersa. No ha sido posible por ahora. Si algún día se hace, que se hará, espero que no falte una mano amorosa que rescate de la hemeroteca aquellos comentarios de apariencia sencilla, anónimos, que daban nueva vida a una ilustración, a una foto del día que ganaba generalmente mucho con la seductora prosa cunqueiriana.
Este blog, ínfimo grano de arena en medio del torbellino electrónico, nace con el humilde propósito de sumarse a esa legión de redactores desconocidos que escribieron pies de foto, o lo que fuera menester, en las frías madrugadas del periodismo español. Pienso también en los actuales, en esos colegas que hacen posible las dos punto cero con salarios cero punto dos, obligados a llenar decenas de galerías de imágenes digitales sin tiempo para el lirismo ni las florituras, víctimas de la cantidad y de las urgencias.
Solo unas líneas más —demasiadas ya tratándose de pies de foto— para explicar que la imagen que ilustra este blog fue tomada por el abajofirmante (arriba en este caso) en el Canal de Panamá hace unas semanas. La tuiteé en su día y hoy, editada según las exigencias de formato de este blog, la rescato aquí por una serie de azares y felices coincidencias.
Necesaria aclaración final: a pesar de mi boutade del comienzo, esa primera línea en la que vengo a decir con tanta originalidad que una palabra vale más que mil imágenes (lo cual es cierto muchas veces), proclamo sin ambigüedad mi interés por la fotografía. Y mi profunda admiración, incluso envidia, por quienes son capaces de retener y recrear la vida en una instante. Dicho sea en memoria de Nicolás Muller, uno de aquellos grandes de la cámara, a quien tuve la suerte de tratar y conocer.