Gatos en el Botánico

Gatos en el Jardín Botánico de MadridLos gatos tienen mala prensa por estos pagos electrónicos. En cuanto mencionas felinos aquí, ya estás perdido: otro pelma que nos va a mostrar las monadas que hace su mascota. Facebook, y todas las redes sociales entregadas a la causa del intercambio compulsivo de imágenes, están desbordadas de lindos y sonrientes gatitos. De presas fáciles para que Eva Hache cuente chistes en el «Club de la comedia» a su costa y a la de sus dueños, víctimas de las coñas.
Nada más lejos de mi intención que hacer humor, cualidad de la que carezco casi por completo. Mis gatos, estos mininos de la foto, callejeros para más señas, salen aquí —con la venia— porque me los encuentro cada mañana delante de la entrada del Jardín Botánico, frente a la puerta de Murillo del Museo del Prado. Son tres, siempre los mismos: mansos, puntuales, indiferentes. Con estos mimbres, el argumento suena a disco de Rosa León o de José Luis Perales: hiedras, animalitos, aires de libertad.
Confieso que mi escasa capacidad deductiva me ha llevado a pensamientos románticos, o sea, disparatados. ¿Qué harán aquí estos bichos? ¿Acaso esperan, con urbanidad gatuna, a que los humanos abran la verja para pasar por taquilla en vez de colarse por debajo sin pagar?
Hoy, iPhone en mano [«Gasta cuartos en Leica y en Nikon para esto», dice mi mala conciencia], me decidí a hacerles unas fotos prudentes y discretas, tomando distancia. Así han salido: movidas o desenfocadas casi todas. Los gatos parecían recién desayunados, satisfechos del deber cumplido, y más que curiosidad hacia el retratista accidental, mostraban desdén, el mismo que las palomas del fondo. Como soy lento, incluso con el iPhone, uno de ellos hasta tuvo tiempo de trasladarse a otro banco, así que la imagen solo muestra a dos de los miembros del grupo: llamarles manada parece exagerado y fuera de lugar, incluso para un periodista como el que suscribe.
Estoy «redactando» en el tren y, aún aquí, pese a las incomodidades de los teclados diminutos, el pie de foto tiende a salirme largo, del tamaño de un editorial. Por eso me gusta Twitter: no da más de sí.
Estaría feo que terminara sin aclararte, «hypocrite lecteur…», lo que debí desvelar al principio y tú ya habrás adivinado: la razón última por la que acude aquí cada mañana este trío calavera. En plena sesión fotográfica, un amable viandante, tal vez apiadado al ver que yo hacía posturas más raras (y menos ágiles) que los felinos en busca del ángulo mejor, me aclaró el misterio:

—Vienen los tres todas las mañanas porque una señora acude diariamenre a traerles comida. Solo falla los sábados y domingos. Incluso, si se retrasa, se acercan ellos a su encuentro.

Agradecí la explicación, sin duda conmovedora, aunque cercana al último anuncio de Ikea, ese del abuelo que empieza dando pan a las palomas en el parque y termina con aires de emprender la vuelta al mundo. Me fui rumbo al trabajo (no eran ni las ocho de la mañana) y pensé afrontar estas líneas antes de empezar la faena. No pudo ser, diría un cronista deportivo sin libro de estilo a mano. Iba a dejarlo pasar, pero se lo debo a los gatos, que mañana seguirán allí, cuando yo gire a la derecha en el Paso del Prado. Así que, casi trece horas más tarde, hilvano este falso (por la extensión) pie de foto.
No hay más. Alargar la historia supondría ahondar en el tópico, en la sensiblería e incluso en el refranero. Sería, ya saben, buscarle cinco pies al gato.

Nota al pie, para no variar.

Un día después, el 21 de agosto, los gatos estaban a la espera, como cada día. Minutos antes de las ocho ha llegado una señora que, sin mediar palabra con ellos, se ha acercado al banco de piedra que hace de hogar improvisado y ha depositado allí algo de comida. La operación ha sido rápida, casi mecánica, tanto que, cuando yo me intentaba acercar al sitio, la benefactora ya había empezado a andar con inusitada rapidez. Da la sensación de que no quiere recrearse con la escena, sino cumplir con el deber.

Los gatos parecen bien nutridos, así que no se lanzan con avidez sobre el alimento. Creo que disfrutan más del ritual de la cita que de las viandas. Continuará.

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