Monotonía de lluvia…

Pinos de la Casita del Principe (El Escorial, Madrid).

Pinos de la Casita del Principe (El Escorial, Madrid).

La monotonía machadiana de la lluvia tras los cristales marca el paso del tiempo: parece siempre igual, nunca es la misma. Esta foto, similar a muchas otras que ya he hecho desde la misma ventana, está tomada hoy por la tarde. Si usara una de archivo no sería igual: tendría la sensación de cometer un fraude. Los instantes y las sensaciones son irrebatibles. Se canta lo que se pierde.

La pasada medianoche, cuando conocí la noticia de la muerte de Ana María Moix por la llamada intempestiva de una periodista despistada, me acordé inmediatamente del poeta Ángel González. El autor de «Palabra sobre palabra», tan crítico en su momento con aquellos novísimos entre los que figuraba Ana María, hablaba de ella con ternura en una conversación* que mantuvimos en 1987: «Es otra gran tímida», recuerdo que me dijo al mentarla. Yo le había mencionado a Ángel su nombre, el de Ana María, porque él era uno de los elegidos que aparecía en un librito que me acompañó muchos años, «24×24», recopilación de las entrevistas periodísticas que hizo la Nena a los escritores y artistas que vivieron o pasaron por Barcelona en las décadas de los sesenta y los setenta del siglo XX. De esa faceta periodística, y de otras caras de la vida y la obra de Ana María, ha escrito una certera semblanza Juan Cruz en «El País».

Recuperemos el hilo. Yo le preguntaba entonces a Ángel, aquella mañana de primavera de 1987 en el hotel Principado de Oviedo en la que él iba buceando en su pasado, por la relación de su grupo literario, la generación del cincuenta, con el alcohol. Su respuesta fue tan simple como coherente: «Yo he sido y sigo siendo tímido, aunque mucha gente pensará que miento. Pero yo empecé a beber justamente para quitarme inhibiciones, para atreverme a sacar a bailar a una chica, para quitarme la timidez». La contestación es más larga, pero recupero este fragmento ahora porque fue entonces, al comentarle a Ángel la entrevista de Ana María con él que yo había leído en «24×24», cuando me quiso hacer aquella precisión biográfica: «Otra gran tímida».

De Ana María Moix se han ocupado hoy quienes la conocieron muy bien y también los que hablan de lo que sea menester en cuanto les acercan un micrófono para participar en el obituario de urgencia. Suele ocurrir en estos casos —ha pasado esta misma semana con Paco de Lucía, hace quince días con el aniversario de Antonio Machado— que surgen especialistas y amigos íntimos por todas partes. Conviene distinguir las voces de los ecos. De todo lo escrito, al menos de lo que he podido leer, me quedo con el comentario sencillo y sentido de Maruja Torres, que termina con la mejor recomendación: «Leedla».

Es un buen consejo. En aquella entrevista lejana a Ángel González, el poeta me explicó cómo se produjo su acercamiento tardío a la poesía de don Antonio, ya en su etapa de profesor en Nuevo México: «Yo siempre había leído mal a Machado y era consciente de eso. Lo había leído mal porque en el fondo me interesaba poco (…) y me propuse leerlo bien y completo, seriamente. Así fue como yo descubrí al Machado de verdad (…) hasta el punto de que ahora es el poeta español que más me interesa».

Años después, en 1997, Ángel González le rindió el mejor homenaje a Machado, al dedicarle su discurso de ingreso en la Real Academia Española: «Las otras soledades de Antonio Machado».

Se hace camino al andar. Hay días en que unas emociones se encadenan con otras. Esta misma tarde, el programa «Documentos» de Radio Nacional de España ha ofrecido un excelente trabajo de Mamen del Cerro sobre Manuel Vázquez Montalbán, fallecido hace una década. Él, que también formó parte de la nónima de los novísimos, conoció de cerca a Ana María Moix, a la que cita en el reportaje. Unas horas después, hojeando un libro, veo —en una foto fechada en 1969— a Vázquez Montalbán con Ángel González y otros escritores. Golpe a golpe, verso a verso, la vida y la muerte se suceden.

Al otro lado de la ventana hacia la que dirijo la cámara, en la arboleda de la Casita del Príncipe, sopla el viento y llueve. La monotonía del agua es engañosa: el tiempo vuela, incluso corre más deprisa cuando parece detenido tras la melancolía de los cristales.

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* «Ángel González, verso a verso». Varios autores, Oviedo, 1987.

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