Querido Faustino:
No me gustan los obituarios. He tenido que cultivar este género por necesidad profesional durante algunos años y, digas lo que digas, las necrológicas siempre suenan a alabanza a deshora, a loa innecesaria y trufada de tópicos, a descargo de mala conciencia. Lo que no se ha dicho en vida de alguien, mejor callárselo.
Hoy, sin embargo, no me puedo permitir la cobardía o la comodidad del silencio. Hacía ya algunos años, cinco por lo menos, que no hablaba contigo —la última vez fue a propósito de una entrevista a Luis Fernández, entonces presidente de RTVE— y no tuve ocasión —o el coraje— de hacerlo durante el proceso de tu enfermedad. Mea culpa.
Esta tarde, hace un par de horas, he recibido la noticia triste de tu muerte y se me han agolpado los recuerdos. Te conocí en 1973, cuando yo estudiaba el bachillerato y era corresponsal en Arriondas del diario La Nueva España, en donde trabajabas. La relación continuó durante muchos años con una generosidad por tu parte que nunca agradeceré lo suficiente. Sin tu apoyo inicial, sin tus consejos, sin tu reconocimiento y afecto, es probable que yo nunca hubiera sido periodista.
Eras un lírico, un romántico al estilo de Mieres, un gran lector, y resulta muy tentador perderse a estas horas por las ramas literarias del estilo. Podría citar tu admiración por Ernest Hemingway, tus cantos a la vieja Olivetti de La Nueva España, tu pasión por Valencia de don Juan. Contigo, Faustino, aprendí a vivir y a beber, a escribir y a leer, a reír y a llorar. No era fácil seguirte el ritmo en aquel Oviedo de la Transición, tan lejano ya.
En estas líneas de urgencia, escritas en este blog que no huele a tinta ni a plomo, solo quiero dejar constancia, probablemente a destiempo, de que tú, Faustino F. Álvarez, contribuiste de una manera decisiva a que yo amara este viejo oficio de informar. Y a que desconfiara de los pedantes y de los colegas que solo bebían refrescos de limón en la barra del bar.
Me contaste un día, o puede que una noche, que alguien quiso rebajarte de categoría profesional diciendo que no eras realmente un periodista, sino un «noticiero», atributo que recibiste como el mejor de los reconocimientos. Tú, más proclive a la opinión que a la información a secas, sabías muy bien que la esencia de este negocio son ellas, las noticias, y que nada hay más noble que un gacetillero honesto.
En aquella época solías leerme textos en alto en el despacho de tu casa de la calle Juan Escalante de Mendoza, en Oviedo: crónicas de tus reverenciados Tico Medina, Luis María Anson, Pedro Mario Herrero y Pedro Rodríguez; poemas de Ángel González y de Pablo Neruda: «Puedo escribir los versos más tristes esta noche…».
Querido Faustino: casi nunca llegamos a tiempo de expresar lo que debemos. Sé que es tarde para repetirte ahora lo que algunas veces sí te dije, lo que siempre he sentido: gracias por todo el tiempo compartido, por todas las lecciones recibidas. Estarás siempre en mi memoria, como esta dedicatoria exagerada e inmerecida que conservo de tu primer libro, «Asturianos de hoy», que me ha acompañado en las sucesivas mudanzas de mi vida y que hoy desempolvo con nostalgia.
Con mis más sinceras condolencias a Luisa y a tus hijos, descansa en paz, compañero del alma, compañero.
P. S.
Después de hilvanar anoche estas líneas, he leído hoy, 15 de marzo, la emotiva información publicada por Pilar Rubiera en La Nueva España, un relato conmovedor sobre las últimas horas de Faustino cuya lectura recomiendo. Este mismo periódico recoge también unos versos de Graciano García, Chano, fundador y director de una revista tan vinculada a la vida profesional de Faustino, Asturias semanal, en la que aparecieron las entrevistas incluidas en «Asturianos de hoy».
Hay asimismo una entrevista de Xuan Bello con Faustino, emitida hace algo más de un año en la TPA, que merece la pena ver y escuchar.