Veletas de enamorar

Veledas de namorar, / quén as vende, quén as merca? / Na feira do seu noivado / o cuco soña de seda.

Álvaro Cunqueiro, Cantiga nova que se chama riveira, 1933

«Gaceta Ilustrada», 12 de enero de 1969. Entrevista de María Dolores Serrano. Fotos de Julio Ubiña.

«Gaceta Ilustrada», 12 de enero de 1969. 

Iba a escribir hoy algo más sobre Cunqueiro y las hemerotecas —aquí dejo dos páginas de Gaceta Ilustrada—, pero acabo de caer en la cuenta de que hilvano esta nota en el edulcorado y mercantil Día de San Valentín, patrono oficial de los enamorados. Admitida la evidencia, he dado marcha atrás (maldita deformación profesional) para colocar unos versos del joven Álvaro en el pórtico de mis apuntes: ¿quién vende o compra veletas de enamorar? ¿Cómo son los amores boscosos del cuco, el pájaro y fetiche cunqueiriano por excelencia?

El amor romántico y pasional estuvo muy presente en la vida y en la obra de Álvaro Cunqueiro, especialmente en sus poemarios. Y no hace mucho, apenas una semana, el periodista Fernando Ramos nos ha descubierto en Faro de Vigo la existencia de unas cartas dirigidas por Cunqueiro, in illo tempore, a una moza argentina: Emma Gómez. Apasionadas misivas de un veinteañero en ciernes que permanecieron hasta ahora en el limbo, dentro de una caja hallada en Buenos Aires. Restos del naufragio de un amor epistolar iniciado en Mondoñedo y que hoy, tras la pertinente donación, se custodian, junto con otros materiales biográficos en la Fundación Penzol de Vigo.

MORIR DE PENA Y NADA

En la obra periodística de Cunqueiro, también en algunas entrevistas, el autor de Merlín e familia recuerda varias veces unos amores probablemente anteriores a los recién localizados en Buenos Aires. El 23 de octubre de 1962, en Faro de Vigo, Cunqueiro rememoraba así aquellas primeras ensoñaciones adolescentes:

«Me viene una memoria melancólica, que los primeros versos que yo hice —doloridos cantos de amor, esos poemas tristes y desesperados que solamente escribe uno cuando mozo y puede permitirse el lujo de aspirar a morir de pena y nada—, que eran para una niña rubia de Palas de Rey. No me he atrevido a preguntar si vivía. No he osado pronunciar su nombre. Cuando subo al coche miro para ventanas, balcones y galerías, buscando los ojos azules que no están. Que hasta está bien que no estén, por el derecho a seguir soñando».

Gran admirador de los trovadores galaicoportugueses, traductor al gallego de poetas de distintas épocas y lugares, poeta él mismo por encima de todos sus demás oficios literarios, Cunqueiro fue dejando aquí y allá rastros de sus sentimientos y de sus deseos. Entre los doscientos artículos que he seleccionado para mi antología periodística Al Pasar de los años, que aparecerá la semana próxima en la Biblioteca Castro, hay numerosas muestras de esa inquietud amorosa. Pienso ahora en un cuento de la revista Vértice, que he recuperado para cerrar el capítulo del libro dedicado al mar: «El Almirante», publicado en 1939. El almirante fue en su día, según el relato, un rapaz llamado Migueliño, de quien estaba secretamente enamorada Rosiña, una vecina suya:

Su vocación era patente: Migueliño sería marinero. Lo decía toda la aldea. Desde una ventanita verde lo soñaba Rosiña, que era pecosa y silenciosa y tenía diez años del color de las manzanas.

«El Almirante», cuento de Álvaro Cunqueiro publicado en «Vértice» en 1939.

«El Almirante», cuento publicado en «Vértice» en 1939.

Decía antes que mi idea era escribir hoy sobre hemerotecas consultadas y, más concretamente, de colecciones reconstruidas. De cómo fui adquiriendo, en los más diversos sitios, tomos encuadernados con primor y recortes amarillentos cubiertos por el polvo del olvido: fragmentos dispersos del periodismo de don Álvaro con los que he ido conformando una cunqueiroteca humilde y acogedora, morna como un fuego que conserva los rescoldos. Ya habrá otra ocasión para hablar de ello. Hoy, mejor que relatar esos viajes por el tiempo, por el ir y venir de anticuarios y librerías de lance en la Red, parece más oportuno refrescar alguna de esas frases solemnes a las que Cunqueiro era tan propenso. El amor, a fin de cuentas, es algo demasiado serio para dejarlo en manos de san Valentín y El Corte Inglés. Porque…

«… el más cansado y gastado de los hombres enciende en algún instante de su vida vencida la memoria y recuerda un amor o un amigo. En toda memoria va implícita una lealtad; la nostalgia lo es siempre de la Edad de Oro. En la medida en que el hombre recuerda y ame ser recordado, es súbdito de la esperanza y no podrá huirse».

Lo dijo en La Voz de Galicia del 24 de marzo de 1957. Y sigue siendo igual de cierto, igual de inquietante que entonces.