De led y de color

Hágase la luz. Algunos dirigentes municipales, pienso ahora en el estelar alcalde de Vigo, parecen empeñados en deslumbrarnos con un sinfín de luminarias para festejar las navidades. El caso de la ciudad gallega es el más llamativo de los últimos años, pero tiene una legión de imitadores en otros lugares. A estas alturas, un ayuntamiento español no pinta nada en el suelo patrio si sus bombillas navideñas no se perciben desde el firmamento, en clara competencia con las estrellas. Nuevos retos (y ritos) de la política local.

Tanta potencia lumínica, al margen de abrir un debate sobre la pertinencia ecológica y económica de esos espectáculos de led y de color, conduce inevitablemente a la nostalgia; a aquellos tiempos, no tan remotos, en que las luces conmemorativas procedían de la efímera calidez de una vela.

Supongo que a los miles de visitantes que acuden estos días a Vigo, atraídos por el torrente de luz como las mariposas por la lámpara, tales disquisiciones y dilemas les dan igual. Asumamos que el reclamo eléctrico vigués funciona como eficaz atracción publicitaria y turística, para regocijo de ediles y comerciantes, y pese a cierto malestar vecinal. Admitamos también que aquella época en que Ánxel Fole escribía cuentos Á lus do candil (1952) pertenece ya a un pasado puramente literario, a un territorio de la memoria tan lejano como algunas galaxias de Star Wars.

Luz y tinieblas. Como ocurre en algunos episodios de la serie de George Lucas, vivimos en permanente paradoja: atrapados en medio de esa eterna lucha entre la claridad del bien y la oscuridad del mal. Cegados por los destellos del láser y tan vulnerables como la débil llama de una vela.