La pared del fondo, este ocre que deja entrever las costuras de una casa colindante ya desaparecida, lleva años así, desnuda y sin apoyo. La crisis de la construcción ha dejado cientos de edificios a medio hacer, estructuras que parecen esqueletos perdidos en el paisaje.
Este muro se ha quedado en el aire. A su lado, un solar vacío, una hondonada sin más destino que convertirse lentamente en vertedero. En el otro extremo, a su izquierda, uno de esos bloques de pisos que se han quedado en nada: promesas incumplidas, sueños rotos. Miles de esperanzas truncadas, tan frágiles como esas ramas secas situadas enfrente; cañas sin barro que también indican invierno y soledad. Si se mira de cerca, parece un frontón pintado con mostaza. Con algo más de perspectiva, no hay engaño posible: nuevas cicatrices de aquella locura de ladrillo y hormigón que recorrió España. El pisito, otra vez el pisito.