
Severo Ochoa y Margarita Salas
A la bioquímica y académica Margarita Salas, que puede llorar de emoción mientras escucha alguna de las suites para chelo de Bach, le gusta ir los domingos por la tarde al Vips y tomarse unas tortitas con nata, en compañía de su madre y de su hermana. Durante la semana, en el despacho del laboratorio, sus comidas son más que frugales: sándwich, manzana y té. Pequeños detalles de su vida diaria que ha ido desgranando hoy en la Fundación March, en diálogo con la también académica Soledad Puértolas.
Para esta asturiana de Canero, que pasó su infancia en Gijón, la vocación y el interés por la ciencia surgieron ya en la juventud, cuando estudiaba química en Madrid. La elección de la biología molecular vino algo más tarde, en una comida con Severo Ochoa, pariente de su padre. Tantos años después recuerda perfectamente el improvisado menú de aquel ágape: una paella de encargo. Al arroz le siguió una conferencia del premio Nobel en Oviedo. De aquella tarde gastronómica y científica en la Vetusta de Clarín vino todo lo demás. Apenas terminado el doctorado, ella y su marido, Eladio Viñuela, se fueron a Nueva York para trabajar con Ochoa.
Hoy, en una sala de conferencias completamente llena, Soledad Puértolas logró que Margarita Salas narrara momentos felices y tristes de su vida. Volvió a lamentar la falta de atención a la ciencia en España, desveló su interés juvenil por la literatura de Simone de Beauvoir [El segundo sexo] y hasta se atrevió a tratar con familiaridad a su más querido objeto de investigación: el virus fago Phi29.
No faltaron añoranzas y emociones especiales para su esposo y colega en el campo de la investigación, Eladio Viñuela, fallecido en 1999. La evocación de Margarita Salas, cuya grabación está disponible en el portal de la Fundación March, empezó y terminó en Asturias, en esos verdes con tantos matices que constituyen su paisaje favorito, la referencia más clara para una mujer que, entre todas las virtudes humanas, elige una sobre cualquier otra: la honestidad.