[ *Más que pie de foto, esta nota es trago largo. El comentario que sigue está publicado en el último número de la revista Atlántica XXII, dirigida por un buen amigo: Xuan Cándano. ]
@pepecolubi: Me gusta el concepto Gym Tonic. Copas muy pesadas y tragos cortos: te emborrachas sin dejar de hacer bíceps.
Confieso que he bebido. Si no hago mal las cuentas, y espero que no, tomé el primer gin tonic hace treinta y cinco años en el hotel Ramiro I de Oviedo, establecimiento muy frecuentado entonces por algunos redactores de La Nueva España al caer la tarde. Quien me inició en el gusto por aquella bebida incolora, carbónica y amarga, justo es decirlo sin bajar una línea más, fue un periodista hoy vecino de estas páginas, amigo y maestro generoso, escritor brillante de columnas y semblanzas, quien ya me dio un consejo sabio: desconfía de los abstemios, de los que beben solo fanta de limón.
A mi introductor en esta afición por la coctelería básica, hablo de Faustino F. Álvarez, debo muchos reconocimientos, entre otros el de darme el aliento primero para dedicarme a este oficio maravilloso, pese a todas las crisis, pese a todas las dudas. Mi gratitud a Faustino no se queda ahí. Con él, por él, conocí las grandezas y miserias de una profesión que tecleaba con Olivetti y daba -tiempo de la Transición en Oviedo- los últimos coletazos de su vertiente más bohemia y romántica. En cuestión de ginebras, también cambiamos de chaqueta: dijimos adiós a la Fockink y nos entregamos al Beefeater.
Otorgados merecidamente a Fausto los derechos de autor, viene a cuento este preliminar porque quiero escribir del gin tonic, de la moda del gin tonic que recorre España desde hace unos pocos años. Un combinado casi de minorías, sin demasiadas pretensiones, se ha convertido en un cóctel del que alardean pijos y recién llegados a la barra. Se han abierto, de norte a sur, tiendas y establecimientos dedicados exclusivamente a tónicas y ginebras de importación. Pedir una Shweeppes con Larios es considerado tal ordinariez que en algunos de esos sitios ni la pueden preparar por falta de existencias. Lo fino, por el contrario, es solicitar, con naturalidad y cara de muy versado en la materia, alguna de las marcas que causan furor en el mercado: G’Vine, 209, Blue Ribbon, Gin Mare, Geranium…
Dicho todo lo anterior, no voy yo a ser tan fariseo ni tan mentiroso como para no reconocer aquí mismo que he pecado contra (y con) algunos de los brebajes mencionados. Sería hipócrita también no admitir que, al igual que en los vinos, en tónicas y ginebras hemos mejorado mucho, especialmente en la forma de prepararlas. Como casi siempre, la sencillez produce los mejores resultados, da lo mismo que sea un gint tonic o una fabada: una buena tónica, una buena ginebra, una copa adecuada, mucho hielo y la corteza de un limón son suficientes para lograr un cacharro de envergadura. Aquí también nos pierden las sofisticaciones ¿Qué aporta al gin tonic el nitrógeno líquido, al margen de esa tonta sensación de estar ante una copa con efectos especiales? También son innecesarias las florituras. Hay sitios en que ilustran tanto el combinado con pétalos y vegetales que, como decía en su Twitter Ignacio Escolar, aquello más que un gin tonic parece una ensalada César. En estos casos, recomiendo seguir la técnica del gran poeta Ángel González, que cuando le servían un plato con mucha verdura de acompañamiento se dirigía cortésmente al camarero con una suave, pero firme petición: el paisaje, lo puede retirar, gracias.
No esperen por mi parte más erudición etílica que la pobremente expuesta. Para conocer los secretos de la destilación del enebro, los maridajes, y los efectos del palito sobre las burbujas de la premium ya está Google. Me preocupa más, sin embargo, no saber explicarles por qué este auge del gin tonic ha venido parejo en España con la grave crisis económica y social que padecemos. No faltará quien me diga que es todo un síntoma: mientras los menos pudientes se han de contentar con el garrafón, los exquisitos rivalizan en tomar la ginebra y la tónica más caras, las más exóticas, las más cool. Soportar una contradicción más tiene escasa importancia a cierta edad. Sea como fuere, no me siento parte de ese club de advenedizos y esnobs, todo lo contrario, y reclamo, por una vez, el estatus de antigüedad en el gremio. El gin tonic, incluso con regaliz o canela en rama, que no me lo toquen. En esta barra, cabemos todos, pero que se respeten los trienios.