El espejo del casino

Los espejos tienen memoria. Entrar en el Casino Gaditano, notable institución cultural y filantrópica fundada en el Cádiz de 1844, desencadena emociones y nostalgias en estos días de conmemoración doceañista.
El pasado martes, en una visita fugaz al edificio, pude descubrir su maravillosa biblioteca. En el archivo del casino se custodian también fondos documentales del proceso constituyente de 1812 y una excelente colección de periódicos y revistas, sobre todo del XIX.

Era un día lluvioso, desapacible, pero allí dentro el tiempo parecía detenido, a resguardo de vientos y aguaceros. El salón comedor estaba vacío. Me fijé en este espejo, en estas paredes azul celeste que lo rodean, evocadoras del mar cercano: esa hermosa bahía gaditana tantas veces cantada por Rafael Alberti, marinero en tierra.

En el aire decadente del casino, entre sus lámparas y cortinas, duermen muchos sueños. Algunos anhelos resuenan aún en esa vieja urna de madera en la que se votaba la admisión o el rechazo de los nuevos aspirantes a socio: el miedo a la vergonzante aparición de la bola negra, símbolo de la exclusión y de la ausencia, del señalamiento.

En el comedor del restaurante del casino se reflejaba el martes la luz tenue de un mediodía nublado, pero alegre. El salón, a esas horas sin comensales y con las sillas alineadas junto a las paredes a la espera del próximo banquete, parecía una gran caracola con miles de secretos en su interior: los ecos y rumores de un tiempo perdido y melancólico, que permanece en los papeles del recuerdo, en la memoria machadiana del espejo.

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