«En este oficio eres lo último que haces», solía decir el maestro Jesús Hermida en su etapa de presentador del Telediario de TVE, a donde lo llevó María Antonia Iglesias (1945-2014) en los años noventa del pasado siglo.
Lo último, por desgracia, no siempre es lo mejor y María Antonia Iglesias ha sido elevada hoy a los altares de las tendencias tuiteras por su faceta final: la de aguerrida y polémica tertuliana televisiva. Su mejor época no fue esa, a mi juicio, porque la redujo a caricatura, a personaje histriónico de plató, y oscureció sus libros —imprescindibles los dedicados al País Vasco y a los maestros republicanos— y su etapa periodística anterior en Informaciones, en Interviú y en Televisión Española, controvertida, pero con momentos muy brillantes.
Escribo ahora de memoria, a bordo de un tren que me lleva del Escorial a Madrid, en recuerdo y homenaje a María Antonia Iglesias, fallecida ayer en Vigo a los 69 años.
En mayo de 1990, semanas después de hacerse cargo de la dirección de los informativos de TVE, María Antonia Iglesias creó una sección de cultura en los Telediarios —hasta la fecha unida a la de sociedad, salvo una corta etapa previa dirigida por Enrique Peris— y me eligió para organizarla y ponerla en marcha: «Somo, quiero que hagáis piezas bonitas y que haya libros, música y arte en los telediarios».
Siempre le agradeceré la oportunidad que me brindó porque, a lo largo de seis años, hasta 1996, estuve al frente de aquel reducto con dos adjuntos de lujo, entonces aún muy jóvenes y elegidos libremente por mí, creo que con buen ojo periodístico: Anna Bosch y Fran Llorente. Luego se sumaron, entre otros, Luisa Aleñar, Marga Gallego, Cristina Ortiz, Gema Jiménez, Chema Anes y la llorada Marisa Díez Galilea. También estaban Antonio Parra, Álvaro Feito… y Manolo Román, que ahora dirige el timón de la piragua: nunca fuimos un trasatlántico, más bien una humilde canoa, pero siempre nos mantuvimos a flote y avanzamos río abajo con cierta dignidad, creo.
No fue una etapa fácil en TVE, zarandeada por los escándalos de corrupción de algunos dirigentes del PSOE, pero, en medio de aquellas convulsiones políticas, en los informativos seguíamos hablando de Alberti, de Camarón, de María Zambrano, de las celebraciones del 92, de Mozart, de Lola Flores, de Cela, de Concha Piquer, del Museo del Prado, de Marlon Brando, de Elías Canetti, de Marlene Dietrich, de Pedro Almodóvar, de los Premios Príncipe de Asturias…
Con María Antonia, entusiasta de la fabada —doy fe de que le cociné unas cuantas en mis distintas casas—, viajé a Oviedo muchas veces con motivo de la entrega de los citados galardones. En una de esas ocasiones se empeñó en ir a misa a Covadonga y allí nos plantamos Alejandro Martínez —jefe del área de laboral en los informativos— y yo con ella. La esperamos fuera, mientras duró la ceremonia, y, a la salida de la cueva de La Santina, nos advirtió: «Esto no lo contéis porque me hundís el currículum». Jamás lo hicimos. Si lo menciono ahora es porque tiempo después ella proclamó urbi et orbi su fe en numerosas ocasiones.
Era así, contradictoria, amiga de Manuel Fraga y de Felipe González, republicana y defensora de la corona, amiga y enemiga con igual intensidad: «fea, católica y sentimental», y también como Valle, muy arraigada a Galicia, en donde acaba de morir: «Somo, yo de mayor quiero poner una mercería en Lugo».
Estoy llegando a Atocha, querida María Antonia. Cuando me baje, iré andando hacia la sede de la Real Academia Española, bordeando el Jardín Botánico por el Paseo del Prado. En cuanto resuelva algunos asuntos, y antes de salir hacia la primera reunión del día, haré una foto de tu libro Maestros de la República para ilustrar estas notas apresuradas, en las que dejo muchos asuntos en el tintero: la admiración por tu padre, el músico Antonio Iglesias; la pasión por tu hija Ana, que te ha acompañado hasta el final; tu amor por Galicia y tu particular y afilado sentido del humor…
He sabido de ti últimamente a través de testimonios indirectos. Eran noticias poco esperanzadoras que me daba Begoña Pérez —te fuimos a visitar juntos la última vez— procedentes de tus amigas de siempre, especialmente de Amalia Sánchez Sampedro. Intenté verte en Semana Santa, pero no fue posible. En los próximos días, cuando contemple as ondas do mar de Vigo en las Rías Baixas, volveré a evocar todo ese tiempo que se ha ido.
Tú tenías buena memoria, así que termino recordando aquel Informe Semanal, de la época en que dirigías los informativos de TVE, cuando pediste que llevaran a Montserrat Caballé* a las ruinas del Liceo de Barcelona, tras el incendio de 1994, para que interpretara allí, en medio de tanta desolación, el Cant dels ocells.
Descansa en paz.
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*Vale la pena ver el reportaje completo, narrado por la propia Caballé. El Cant está al final, hacia el minuto 10:30, aproximadamente.